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miércoles, 26 de julio de 2023

LA ALJAMA DE LOS JUDÍOS Y EL DESCUBRIMIENTO DE SU NECRÓPOLIS.

 


LA ALJAMA DE LOS JUDÍOS Y EL DESCUBRIMIENTO DE SU NECRÓPOLIS.

De Antonio C. Floríano Cumbreño. Publicado en 1926.

CAPÍTULO I

Fernando Hernández, es un buen amigo, … 
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LA ALJAMA DE LOS JUDÍOS Y EL DESCUBRIMIENTO DE SU NECRÓPOLIS.

De Antonio C. Floríano Cumbreño. Publicado en 1926.

CAPÍTULO I

Fernando Hernández, es un buen amigo, investigador y divulgador de la cultura turolense reciente, junto a quien ya hemos publicado, con Agustín García, tres libros de fotografía de la ciudad de Teruel de los siglos XIX y XX, El Teruel que fue, y del que estamos preparando el cuarto.
Fernando ha escaneado el librillo que ahora transcribiremos para su blog https://teruelenimagenes.blogspot.com en el que bucea en las imágenes del pasado reciente de los pueblos y ciudades de Teruel.
Nos parece un texto muy interesante, pues no sólo cuenta las excavaciones que en el año 1925 y 1926 se llevaron a cabo en el cementerio judío de Teruel, del que tan pocas noticias tenemos, sino que nos introduce en la sociedad en la que desenvolvían aquellos abuelos nuestros y su final, todo con un lenguaje ligero y ágil y un ánimo divulgativo muy raro en la época, en la que los especialistas solían escribir para otros especialistas en un lenguaje críptico, engolado y obtuso.
No es largo el texto, pero tampoco corto. Lo dividiremos en los capítulos que veamos adecuado para que no sea cansino leerlo en pantalla. Respetamos la ortografía del texto, diferente en acentos y alguna que otra x de lo que escribimos y leemos ahora.

LA ALJAMA DE JUDÍOS DE TERUEL

♦ ♦
I. - El descubrimiento
El día 11 de Mayo próximo pasado, D. Rudesindo Lacasa, jefe de la Brigada obrera del Ayuntamiento de Teruel, nos envió aviso de que en las obras de desmonte que realiza para la ampliación de los corrales tras su casa, situada en los altos de la plaza de Toros, y llanos llamados antiguamente de Santa Lucía, aparecían numerosas tumbas cuyos esqueletos aportaban un más o menos rico ajuar, del cual había recogido las piezas que le parecieron más importantes.
En vista del lugar del descubrimiento, del carácter indudable de las joyas, extructura de las tumbas exploradas y de las noticias recogidas acerca de la aparición en distintas partes de aquellos lugares de otros restos análogos, calificamos el hallazgo como la Necrópolis Judáica de la aljama de la ciudad de Teruel, a la que los documentos de los siglos XII al XV hacen referencia denominándola fosar u honsal de los judíos, diagnóstico que la Real Academia de la Historia confirmó en su sesión de 24 del mismo mes y que posteriormente hubo de ser refrendado por las primeras autoridades de la ciencia arqueológica española.
Nos hallamos pues en presencia de un yacimiento arqueológico de excepcional importancia, pues es la primera necrópolis judáica, española al menos, que de tales tiempos se pone al alcance de la investigación científica, prometiendo por las muestras dadas en el hallazgo ocasional, ser, aún más que rico en ajuar, (siéndolo no poco) prodigo en informaciones y enseñanzas acerca de las costumbres funerarias de los judíos españoles de la Edad Media.
Por ello lo creimos digno de una exploración metódica; y previos los trámites legales y las asistencias que en otra parte se detallarán con su justo encomio, acometimos la empresa cuyos primeros resultados vamos a exponer en la presente memoria.
II. - Antecedentes históricos
La Aljama de judíos de Teruel fué sin duda alguna una de las más ricas, de las más prestigiosas y de las más consideradas del reino de Aragón.
Y ello se debió seguramente a un fenómeno que se evidencia de modo singular en la vida turolense y que debió ser más frecuente de lo que creen los declamadores de nuestra decantada intolerancia medieval: el de la cordialidad efectiva, el de la total convivencia, el de la casi absoluta compenetración en todo aquello que no fuera materia religiosa, entre el cristiano y el judío turolenses; y hasta el del contacto en la misma materia religiosa de todo aquello que había de común en ambos credos.
Teruel quiso vivir y para vivir tenía que ser o guerrera o agricultora o comerciante. A los cincuenta años poco más de su conquista, la incorporación de Valencia al reino de Aragón la negaba todo pretexto belicoso; su producción agrícola, hoy nada exhuberante fuera de las vegas, era entonces mitológica; de industrias no había que hablar a la sazón; Cuatro ollerías de cerámica popular, muy buscada hoy por cierto, pero que entonces no podían competir con lo andaluz y lo valenciano, y cuatro telares rudimentarios; esto era todo.
No le quedaba pues sino el comercio, para lo que la abonaba una excelente posición, que aun conserva su importancia, como lo demuestra el afan actual de comunicarla haciéndola servir de punto de enlace en las modernas vías del tráfico.
Y si el comercio habría de ser su vida más o menos próspera ¿se concibe que el judío no sintiese la atracción de un centro tan propicio a sus especulaciones? ¿y se explicaría la hostilidad del turolense contra el semita que le ayudaba a vivir o la enemiga de este contra el turolense que pudiera impedirle el tráfico y arruinarle?
No; desde el primer momento llegaron de un modo tácito o expreso a una inteligencia que aquí fué beneficiosa incluso para los intereses de la religión, lo cual se explica fácilmente.
En efecto: el judío no siente afán de proselitismo; el cristiano sí; lo que demuestra que era más fácil hallar casos de conversión (conversos) que de contaminación (judaizantes). Los hechos lo demuestran: en los finales del siglo XV, más de la mitad de la población de Teruel estaba formada por conversos; y no era ciertamente por el temor de la expulsión sino que ya se encontraban en la tercera o cuarta generación de nueva cristiandad.
La raiz de ese hecho histórico se encuentra en el mismo Fuero (1196) que no estable distinción legal entre los vecinos de Teruel, lo mismo cristianos, que judíos o moros, en cuestiones de derecho fundamental; siendo escasas las cláusulas particulares que en la carta de Teruel se establecen para los judíos.
Claro és que estos no tienen lo que pudiéramos llamar derechos políticos entre los cristianos; pero gozaban de la autonomía de su ley y en sus relaciones jurídicas con los cristianos no recibían estos trato de favor.
Cristiano que matara a un judío recibía la misma pena y era enjuiciado del mismo modo que si matara a un cristiano y viceversa (De christiano que a iudio matare. —Otrosí se christiano a iudio vezino matare, o iudio a christiano sea assin como de caso es dicho por otro vezino e iudgado. Fuero Romanceado de Teruel. Cod. Soc, Eeon, f.° 4 r.). Al escribano se le ordena igual fidelidad para el rico que para el pobre, para el cristiano que para el judío (De fideldat de los escriuanos. Ibd. F.º 9.) e igualmente al sayón del Concejo (De officio de Sagconi. — Ibld. 12 r.). En deudas entre cristianos y judíos se admitía al testimonio de judíos contra cristianos y aún si el judío no tenía testigos, le bastaba jurar con un vecino de su ley para ser creído (De debdores de los iudios Ibid. 10), dando al judío el mismo número de jueces de su religión que se daba al cristiano.
No debieron ser muchos, sin embargo, los judíos que en los primeros tiempos, después de la reconquista, estaban establecidos en Teruel; la proximidad de la frontera no hacía por entonces muy atrayente el lugar; pero apenas la posición se consolida comienzan a afluir de distintas partes del reino, y en los comienzos del Siglo XIII la familia de los Naiaries desde Albarracín, su primera residencia, se traslada a Teruel con lo más sobresaliente de aquella aljama, que quedó casi despoblada.
Era bien natural.
Albarracín, nido feudal de los Fernández de Azagra que alardeaban de una independencia verdaderamente salvaje, no podía servir a la especuladora gente judáica de centro operaciones. Es verdad que su proximidad a Castilla era propicia para el caso; más el carácter de sus señores hicieron de ella un foco de constantes rebeldías que imposibilitaban el tráfico, estéril por otra parte en aquel peñasco recubierto de soldados medio bandidos.
Por eso la reconquista de Teruel y el empujón dado al moro más alla del estrecho de Villel la pujanza con que la nueva población cristiana empezó su vida y el amparo que el Fuero brindaba, les hubieron de atraer; y a la ya citada familia de los Naiaries siguieron los Abenrodrich, los Mose Ximí, los Brahem Vila y una docena de familias más, que establecieron y organizaron la aljama y levantaron la sinagoga intramuros, bajo la protección del Alcázar, respaldando el actual torreón de Ambeles y extendiéndose hacia la hoy llamada calle de Ainsa.
La aljama se regía por el Rabino, cuatro Adelantados, dos Regidores y un Clavario y las relaciones políticas, económicas, civiles y criminales, caían bajo la jurisdiccion del Bayle de las aljamas, cargo que se vinculó en los Garcés de Marcilla sin interrupción hasta el Siglo XV, representando la persona del Rey, del cual fueron proclamados cofreslos judíos de Teruel por privilegio de don Jaime I al ponerlos bajo su real protección.
Claro es que el mismo Monarca tuvo precisión al poco tiempo de poner a raya a la población judía de Teruel, pues no contenta con las pingües ganancias que les rendía el tráfico en los abastecimientos de los ejércitos de la conquista de Valencia, que en la Villa tenían establecido el centro de sus aprovisionamientos, se dedicaban a la usura en forma tan escandalosa que hubo de añadir al Fuero la carta de usuris para evitar sus demasías.
Este fuero imposibilitaba el negocio en términos alarmantes y entonces los judíos se dedicaron a garantizar (afidar) los préstamos entre cristianos, afidandopor cincuenta en donde solo se prestaba veinte y cobrando réditos por la diferencia; pero tampoco les salió bien el negocio pues se les prohibió salir fianzas (afidar, ser casa con pennos) de cristianos y a partir de entonces hubieron de emplearse en ocupaciones más lícitas, tales como las de la medicina (físicos, cirugiros, etc.) o aparentemente menos ilícitos, como especulaciones con rentas públicas, especialmente del Concejo y comercio en pequeña y en grande escala.
Las especulaciones con las rentas del Concejo fueron la base, no sólo de su fortuna, sino que también de su prestigio y de su influencia en Teruel.
La entonces villa tenía un concejo muy pobre. Aquí la gente se había habituado a no pagar: los nobles no pagaban porque eran nobles, los clérigos no tributaban al amparo de su fuero y los pobres no lo hacían porque no tenían de que. Una sola clase, la intelectualizada, esa clase media de menestrales, comerciantes y letrados, era la que habría de llevar todo el peso, y el ejemplo de los demás les bastó para que se negaran a soportarlo. Y no se podía esperar que las aldeas acudiesen al remedio de esta situación, pues si los de Teruel para no pagar bastaba con que se negasen a ello, los aldeanos, era suficiente anunciarles la cobranza de un repartimiento para que se armasen y vinieran contra la cabeza de la Comunidad.
A todo acudieron los judíos providentes, dando a Teruel su dinero, adquiriendo censos, rentas y quantías reales, que eran los tres nombres con que a la sazón se designaba una misma cosa: el préstamo usurario con los bienes del común.
Si la villa necesitaba dineros los judíos se lo daban sin pacto de devolución, con tal que instituyesen por él y contra sus propios una renta del diez y ocho, del veinte y hasta del treinta y dos por ciento perpétuamente (censo perpétuo) o bien a amortizaren un número de años equivalente a la cobranza por réditos a dos y medio, cinco y siete veces la cantidad recibida (censo al quitar).
Las quantías rendales perpetuales eran lo mismo, no diferenciándose de los censos más que en que de aquellos las garantías radicaban en los propios y en éstas estaban en los ingresos municipales por exacciones y arbitrios.
La Aljama, desde el fin del reinado de don Jaime I, no tuvo más mira que la de apoderarse de todos los bienes del municipio por este procedimiento, y fueron tán hábiles y constantes que al final del siglo XIV lo habían conseguido por completo.
Hay que decir, en su honor, que nunca fueron tiranos pues la ruina del Concejo se tradujo en riqueza para la ciudad, con lo que aquella no era más que una ruina ficticia.
Ellos atendían a los gastos públicos, ellos servían a los intereses particulares, ellos hicieron afluir a Teruel el dinero de todos los puntos de la Península y aquí circulaba, merced a ellos, la moneda castellana, la morisca, la portuguesa, la valenciana, la catalana, la francesa y la italiana.
Para ser perfectos y para que nunca les faltara numerario, hasta un judío llamado el Tolosí puso en el castillo de Peracense una fábrica donde se acuñaban por talegas todas estas monedas... falsas por supuesto.
Pero aparte esto, que cae dentro del delito, en el comercio lícito hacían verdaderas maravillas. El Almudí o lonja de Teruel, que estaba, naturalmente, en sus manos se veía todos los jueves lleno de las mercaderías más heterogéneas: Aquí bajaban los catalanes con sus paños, subían los valencianos con sus frutas y sus sedas, llegaban los castellanos con sus trigos y con sus lanas, y agentes de los judíos cargaban todo y lo adentraban en Aragón, mediante trajineros mudejares.
(Sigue)