La dictadura diseñó un sistema de repoblación del campo español mediante la construcción de cerca de trescientos núcleos rurales. Muy pocos han sobrevivido al paso de los años
ANJE RIBERASábado, 2 enero 2016, 01:48
Asegura el diccionario de la Real Academia Española que 'colonizar', entre otras acepciones, es «fijar en un terreno la morada de sus cultivadores» mediante «un grupo de viviendas construidas con una idea urbanística de conjunto» o «la ocupación de un territorio despoblado e improductivo para habitarlo y cultivarlo». Pero durante el franquismo la semántica de esta palabra era más amplia.
De cualquier manera, no hablamos de las ansias expansionistas de la dictadura fuera de las fronteras españolas, sino del sistema de repoblación diseñado para el territorio peninsular. Se trataban, en gran medida, de centros de adoctrinamiento, lugares para generar al nuevo hombre fascista , que necesariamente debía ser antiurbano y antiobrero, seguidor incuestionable del Generalísimo, temeroso de Dios y apegado a la tierra, la casa y el trabajo que le garantizaba el régimen. Pero, sobre todo, fiel al pensamiento único imperante. No todos podían convertirse en vecinos de aquellos pueblos neonatos.
Realmente se trataba de un experimento fallido para reordenar la población española que, paradójicamente, queriendo combatir el peligro revolucionario potencial que suponían las grandes urbes industriales, se basaba en los esquemas del bolchevismo soviético, aunque barnizado por el fascismo italiano de Benito Mussolini y su plan de Città nuove (ciudad nueva).
Pero para analizar este sueño utópico del Generalísimo, del que apenas ya nada queda, debemos retrotraernos al final de nuestra guerra fratricida, concretamente a octubre de 1939, seis meses después de que las armas callaran. Fue entonces cuando nació el Instituto Nacional de Colonización y Desarrollo Rural , dependiente del Ministerio de Agricultura.
Las crónicas del momento aseguraban que el presupuesto inicial fue de «cien millones de pesetas» y que el objetivo se estableció en «la transformación del espacio productivo, reorganizando y reactivando el sector agrícola y el incremento de la producción con vistas a los planes autárquicos mediante el aumento de tierras de labor y la superficie de riego».
«Acaba de terminar la cruzada de la liberación y ya preocupa al Caudillo el problema del campo español. Por eso, a los pocos meses de aquella fecha, crea el Instituto Nacional de Colonización y lo crea como instrumento de que se ha de valer el Gobierno para llevar a cabo la reforma económica y social de la tierra», señalaban, asimismo, los periódicos del movimiento.
Programa ambicioso
Sin embargo, el programa no comenzó a desarrollarse con amplitud hasta los años cincuenta, al amparo de la Ley de Colonización y Distribución de la Propiedad de las Zonas Regables que dio cobertura a un movimiento migratorio de gran tamaño. Ambiciosos planes de parcelación de la mayor parte del territorio nacional permitieron entre 1945 y 1970 la construcción de alrededor de unos trescientos poblados. En estos núcleos de población se asentaron unas 55.000 familias. Muy pocos de ellos subsisten en la actualidad.
Las provincias extremeñas, andaluzas y aragonesas que presentaban los mayores problemas de subsistencia por aquellos años fueron las que en mayor medida acogieron este desarrollismo rural que se asentó, sobre todo, en cuencas fluviales de los ríos Ebro, Duero, Tajo, Guadiana y Guadalquivir.
Estas urbanizaciones se convirtieron en grandes elementos de la propaganda del franquismo. De hecho, todos los nombres que se eligieron para designar a los asentamientos tenían el apellido 'de Franco' o 'del Caudillo' . Así podemos recordar a El Puntal de Franco, Llanos del Caudillo, Bárdenas del Caudillo, Villafranco del Guadalquivir... También otros dirigentes del régimen como Queipo de Llano se inmortalizaron en estos proyectos urbanísticos. Con la llegada de la democracia, los núcleos coloniales que lograron salvarse del cruel paso del tiempo cambiaron de denominación.
No obstante, ello no puede ocultar que también crearon importantes obras arquitectónicas y de ingeniería, que incluso se plasmaron en la conversión de amplias zonas de secano en regadíos, mediante la construcción de una red de pantanos y canalizaciones.
Cerca de ochenta prestigiosos urbanistas como Alejandro de la Sota, José Luis Fernández del Amo o José Borobio firmaron creaciones vanguardistas sin olvidar la cultura rural española . El programa buscaba la autosuficiencia de estas villas, por lo que en los diseños se incluyeron edificios públicos (ayuntamientos, iglesias, escuelas...) y diversas tipologías de viviendas de tres a cinco habitaciones. Los trazados eran racionales, con una riqueza espacial que creaba mallas geométricas de calles y manzanas basadas en la simetría. Tampoco se olvidaron de las vías de comunicación y acceso.
De hecho, los escasos pueblos de colonización que han sobrevivido pueden ser próximamente declarados bienes de interés cultural, tanto por la originalidad como por la calidez de las construcciones, mezcla de modernidad y arquitectura vernácula. Son los casos de Cañada de Agra, en Hellín (Albacete), y Villalba de Calatrava, en Viso del Marqués (Ciudad Real), que tramitan expedientes para obtener un reconocimiento en la categoría de conjunto histórico.
Expropiaciones
En el aspecto social, con el proyecto de colonización se dio futuro a muchas familias y se repoblaron campos y cortijos, algunos de los cuales fueron expropiados para dar valor a la tierra. «Después de la guerra, mucha gente no tenía ni para comer y aquí encontraron un terreno que cultivar», asegura una vecina de uno de estos asentamientos.
Esta difícil situación hizo que los jerarcas del régimen pusieran sus ojos en el campo, para establecer el mayor número posible de patrimonios familiares de independencia económica, que estabilizaran la gran masa de población sin trabajo o con ocupación insuficiente que arrojó la Guerra Civil.
A cada familia se le entregaba una vivienda y una parcela para cultivar, con la condición de que permaneciese vinculada a su explotación agraria durante un número determinado de años. Las casas se concedían por cuatro décadas y los terrenos por veinticinco años. Su precio era bastante barato. El 20% se abonaba en el momento de la adquisición y el resto mediante anualidades, hasta completar el abono del préstamo otorgado por el Instituto Nacional de Colonización y Desarrollo Rural.
Además, también se abordó la mecanización del campo , con la introducción de cooperativas de maquinaria que sustituyeran a tracción animal. También se adquirían en común semillas, abonos, piensos... y se fomentó la venta, asimismo en conjunto, de la producción.
Sn embargo, en el 'debe' de este plan cabe señalar que la mano de obra utilizada para la construcción de los poblados la pusieron los presos acogidos al programa de redención de penas por trabajo implantado por Franco, lo que permitió al sistema utilizar a multitud de reclusos políticos como obreros en obras públicas, en un régimen que se acercaba a la esclavitud.
No fue este el único punto oscuro del plan. Según denuncian hoy los historiadores, «la reconversión de tierras de secano en regadíos» benefició a los grandes terratenientes, quienes, a cambio de ceder algunas propiedades normalmente las de peor calidad lograban una gran revalorización de sus fincas».
Cine y literatura
La sombra de la dictadura se ha prolongado muchos años después de que finalizara y han sido pocos los escritores y cineastas que escogieron la colonización interna del franquismo como fuente de inspiración. En el séptimo arte el pasado año el director sevillano Alberto Rodríguez estrenó 'La isla mínima' , que se desarrolla en un remoto pueblo del sur, situado en las marismas del Guadalquivir.
La cinta se rodó en la sevillana Isla Mayor, la antigua Villafranco del Guadalquivir, municipio de poco más de 5.000 habitantes y una de las puertas de entrada al Parque Nacional de Doñana. Este thriller se adjudicó diez premios Goya, entre ellos los dedicados a la mejor película, al mejor director y al mejor actor. Recientemente también ha sido reconocida en el reparto de galardones del cine europeo.
Aldea Mayor, además, ha sido noticia durante los últimos días porque su club de fútbol, que todavía mantiene la denominación de Villafranco CF, ha sido denunciado por incumplir la Ley de Memoria Histórica al considerar que podría cometer un delito de apología del franquismo.
En el campo documental destaca 'Los colonos del Caudillo' , filmado por Lucía Palacios y Dietmar Post en 2013. Mediante la historia de la creación y desarrollo de Llanos del Caudillo, en La Mancha, constituye un ejercicio muy digno para examinar un capítulo de la historia de España hasta ahora prácticamente desconocido.
'Presos del silencio. Trabajos forzados en la España de Franco' , realizado por Mariano Agudo y Eduardo Montero, critica el uso de reclusos políticos para llevar a cabo la construcción de colonias rurales y de otras obras públicas durante los primeros años de la dictadura.
La mayoría de las publicaciones bibliográficas sobre este tema tienen origen universitario o han sido difundidas en revistas especializadas. Destacan 'Los pueblos de colonización de la administración franquista en la España rural' (2010), de Miguel Centellas Soler; 'El canal de los presos. Trabajos forzados: de la represión política a la explotación económica' (2004), de Gonzalo Gutiérrez Molina, Ángel Acosta Bono y Lola Martínez Macías; 'Colonización agraria en España. Políticas y técnicas en la ordenación del espacio rural' (1988), de F. J. Monclus Oyón; y 'Pueblos de la colonización. ¿Recuperar el patrimonio rural franquista?' (2005), de Víctor Pérez Escolano y Manuel Calzada Pérez, entre otros.
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