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jueves, 25 de septiembre de 2025

LA JUDEOFOBIA ESPAÑOLA .- Gustavo D. Perednik











Perednik acaba de publicar en inglés una extensa investigación sobre la judeofobia española, en la edición de otoño del Jewish Political Studies Review (Jerusalén, 15:3-4). En este artículo se sintetizan algunas de sus ideas acerca de esta patología social que, más de medio milenio después de la expulsión de los judíos de España, sigue carcomiendo el raciocinio de una buena parte de los españoles. Especialmente se destacan los medios de prensa de la península


Miguel Angel Moratinos publicó en junio de este año una exhortación para que Israel «despierte» y favorezca el surgimiento de un Estado árabe-palestino, el primero de la historia. Que los esfuerzos diplomáticos de Israel estuvieron y están encaminados en esa dirección, y que toda propuesta israelí para concretarlos fue respondida con un baño de sangre, pues parece escapársele al despierto exhortador.


Me pregunto si, en vistas del virulento recrudecimiento de la judeofobia europea, no debería escribirse un corolario a la moratinada, titulado Despierta Europa, por lo menos para sacudir a la mayoría de ellos que, según las encuestas del Eurobarómetro de noviembre pasado, opinan que el principal país que amenaza la paz mundial es Israel.


No las autocracias belicistas árabes que mantienen a sus pueblos en la miseria culpando siempre al exterior, ni algunas dictaduras corruptas del África, ni Irán fundamentalista, Libia asesina, Arabia misógina, Siria que ocupa el Líbano entero, Sudán genocida. Europa siente que Israel la amenaza, y Moratinos nos pide a los israelíes que nos despertemos y descubramos las causas de sentimientos tan sagaces.


Algunos genios europeos han dado un paso adicional y procedieron a explicar por qué Israel es el problema. Mikis Theodorakis acaba de declarar públicamente que «los judíos, carentes de historia, arrogantes y agresivos, son la raíz del mal». Goebbels perpetraba similares invitaciones al genocidio, pero por lo menos no se trataba de un admirado compositor. Mientras Europa odia a Israel y alienta a sus destructores, lo acusa simultáneamente de nazi. Así hablaron Gaspar Llamazares y José Saramago, quienes agregaron que no cabe conmiserarse ni siquiera por los sufrimientos que los judíos han sufrido en el pasado. Ni que hablar de los que sufren hoy.


Niños israelíes pueden volar en pedazos en pizzerías y fiestas de cumpleaños, pero para la mayor parte de los europeos la agresión radicará en «el muro» que Israel construye para impedir la infiltración de terroristas (dicho sea de paso, no hay muro alguno. Es una valla reversible parecida a la que España ha construido para evitar la infiltración de magrebíes en Melilla, y eso que Marruecos nunca se ha propuesto destruir España).


En un estudio sobre las actitudes judeofóbicas en varios países europeos que fue dada a conocer a fin de 2002, España resultó ser el peor, tanto entre los cinco países estudiados como entre otros cinco considerados dos meses antes. En la encuesta española, el 21% de los entrevistados resultaron judeófobos.


Se me ocurre que ingentes esfuerzos deberían invertirse en despertar a España de la pesadilla judeofóbica que la enferma; antes de que una buena parte de Europa, fría, hipócrita y suicida, sea capaz de perpetrar un pequeño Holocausto más, al mismo tiempo que le reproche a Israel ser nazi y asesino. Así operó el nazismo: mientras destruía al pueblo judío, explicaba su genocidio como un acto de autodefensa frente a las maquinaciones del «lobby judío».


El caso español


Imaginemos a un inquisidor del siglo XVI. Aun si se hubiera horrorizado de las matanzas de judíos en 1391, no habría sido capaz de notar que él mismo encarnaba la continuación de aquella cruzada judeofóbica. «¿Cómo puede usted comparar?» espetaría. «Ferrant Martínez masacró inocentes arbitrariamente. Nuestra Inquisición, por el contrario, tiene el noble objeto de proteger la unidad religiosa, y además otorga a las víctimas la opción de la fe antes de la hoguera.»


Del mismo modo, quien durante el siglo XIX se enterara con estupor de las torturas inquisitoriales, no admitiría que ese odio tuviera relación con la discriminación e injurias que durante su propia época padecían los descendientes de judíos: «¿Cómo se puede equiparar la brutalidad medieval –exclamaría– con la autodefensa de la sociedad española actual frente a las perniciosas influencias judaicas?»


La judeofobia es singular. No sólo porque se trata del odio más antiguo, universal, profundo, persistente, obsesivo, quimérico y eficaz que haya existido, sino porque quien lo padece, raramente lo asume conscientemente. Aunque Lope de Vega, Quevedo, o Bécquer, hubieran expresado reservas frente a los horrendos mitos del pasado que habían provocado el derramamiento de torrentes de sangre judía, los mitos pretéritos no los habrían disuadido de difamar ellos mismos a sus contemporáneos de origen israelita. Para el ilustre trío, los judíos dominan todo, corrompen todo.


Pareciera que la compasión por las víctimas judías, es válida siempre y cuando los agredidos ya hayan muerto en el remoto ayer. Empero, la sensibilidad para con el dolor tiende a desvanecerse cuando uno debe hurgar en la judeofobia que pervive en su propia sociedad.


De entre los españoles de hoy también, pocos proclamarían abiertamente odiarnos, pero la mayoría de ellos guarda, aún en el más cálido de los corazones, un gélido rincón para «el judío de los países». Una encuesta de Gallup, encontró que sólo el 4% de los españoles sienten empatía con Israel con respecto al conflicto en Medio Oriente.


Que Israel es el Estado más cuestionado del mundo no parece sorprenderlos. Que sufrió las dos terceras partes de las condenas de la Asamblea de las Naciones Unidas, no los hace parpadear, aun después de enterarse de que ese organismo, hasta 1991 jamás había condenado a ningún régimen árabe, pese a sus violaciones reiteradas a los derechos humanos.


No los conmueve que Israel es el único país del mundo que tiene vedado el acceso al Consejo de Seguridad, y que, a pesar de ser la única democracia del Medio Oriente, se descarguen sobre él los dardos acusadores de los medios de difusión. Que es el único país del mundo al que se zahiere con epítetos como «nazi», «cáncer de Medio Oriente», proferidos aun por intelectuales y grandes escritores. Que a los medios de difusión europeos los tiene obsesionados el pujante Estado cuya creación fue precisamente una necesidad para salvar millones de vidas de las garras de Europa. Ninguna prueba es suficiente. No despierta su admiración el reverdecer del desierto, ni el renacimiento del hebreo, ni la más alta tecnología. Al contrario: son logros con los que incrementan su arsenal de desprecio contra «la explotación judía». Y si Israel ha compartido sus logros en agricultura ayudando como ningún otro país a los africanos, pues es parte de su soberbia. Si siempre estuvo dispuesta a transacciones territoriales en aras de la paz, pues es mentirosa.


A Israel no hay que dejarlo ni hablar. No era suficiente con que tenga vedado el acceso a la mayor parte de los medios españoles. La Universidad Carlos III acaba de cancelar unilateralmente una presentación del embajador de Israel en España argumentando que recibió amenazas de violencia. Debemos suponer que también «los judíos» son los culpables de esas amenazas y así ¡una universidad! opta por someterse a los violentos, y silencia de plano a una de las partes de un conflicto. La verdad tiene en España una sola cara.


«¿Cómo puede usted comparar?» nos preguntarían enojados las marujatorres y los javieresnart. «¿Qué tienen que ver los excesos de la intolerancia en el pasado con las críticas al Estado sionista, dirigidas contra la ocupación?» Será quijotesco procurar que piensen en que el terrorismo palestino mataba niños judíos antes de la ocupación. Que se den cuenta de que Israel les ofreció en el año 2000 concluir la ocupación, y el jefe palestino rechazó la oferta sin contraproponer nada, y lanzó a su desdichado pueblo a un baño de sangre que lleva más de dos años. Será imposible sacudirlos de una judeofobia que les impide ver que la ocupación israelí no es la causa, sino la consecuencia de la agresión árabe.


El terrorismo árabe no nos mataba sólo antes de la ocupación. Mataba judíos décadas antes de que el Estado de Israel siquiera hubiera nacido. Un dato que entorpece la estrecha visión del judeófobo contemporáneo sería, por ejemplo, que terroristas árabes destruyeron la comunidad judía de Hebrón el 24 de agosto de 1929, décadas antes de «la ocupación». Asesinaron a decenas de judíos, hombres, mujeres y niños, sólo por ser judíos, exactamente igual que los pogromos que venían diezmando por medio siglo las comunidades israelitas de Europa Oriental. Una miniatura del Holocausto que comenzaría diez años después. ¿Por qué no habríamos de cotejar odio con odio, si compartían el mismo blanco, la misma saña, y la misma condonación generalizada?


No atenderán ningún argumento, porque la judeofobia de hoy, como la del pasado, padece de inconciencia. No admite reclamos. Se limita a atacar. Europa castiga a Israel cuando se atreve a defenderse, y se limita a condenar la judeofobia... pretérita.


Los medios de difusión españoles (salvo algunas honrosas excepciones) siguen el modelo enfermizo de El País, que consiste en demonizar a Israel, presentándolo como una intolerante teocracia financiada por un poder oculto internacional. El resultado es esperable: el lector medio no habrá de contentarse con ninguna «solución» al conflicto que en la práctica no implique la destrucción del único Estado judío del mundo. Un estado imperial cuyo territorio cabe más de veinte veces en España y más de quinientas veces en los territorios árabes, ricos en petróleo y en analfabetismo impuesto por jeques y reyezuelos.


Pero las voces ofensivas de su vocabulario, los españoles las tienen reservadas para los judíos. «Judiada» y «sinagoga» siguen siendo recogidos en España como insultos. Los antisionistas de hoy han extendido la nómina infame agregándole «Israel», y la voz «lobby judío», que en España se utiliza con una frecuencia escalofriante. Se atribuye al «lobby judío» todo tipo de maquinaciones, ¡en un país donde los judíos son el 0,05% de la población!). Marisa Paredes llegó a culpar a ese «lobby» que la película «El pianista» ganara un Oscar.


Sólo en los medios de España, Jenin fue un Holocausto. Sólo en España aún se reverencia la memoria de niños supuestamente torturados y martirizados por diabólicos judíos (un par de ejemplos son la catedral de La Seo en Zaragoza, y la de San Nicolás en Sevilla, en la que el obispo Carlos Amigo Vallejo difunde el libelo de sangre). Sólo en España «matar judíos» puede ser considerado un juego de niños.


Ni derecho a la existencia


Un artículo de Crónica esgrimió que los judíos están encaramados en la élite política española y que aún de la cárcel pueden liberarse gracias a sus conexiones en la banca, en la industria y en las tenebrosas bambalinas desde las que controlan todo. Cuando un atrevido lector osó cuestionar la calumnia, el editor Agustín Pery Riera publicó una respuesta que debería incluirse en una antología del atolondramiento más pérfido: «si alguien descubriera que la mitad de los hombres de negocios españoles son gaditanos, y yo pidiera un artículo al respecto, nadie me acusaría de querer destruirlos a todos» (13/11/02). El profundo pensador da aquí por sobreentendido dos taras de la judeofobia española: los judíos lo dominan todo, y la única forma posible de la judeofobia es «matarlos a todos». Si sólo se trata de insultarlos a todos, pues eso no es judeofobia. Es ciencia pura, políticamente correcta.


Cuando a principios de marzo de este año fui invitado a dar una conferencia a la universidad Rovira i Virgili de Tarragona, una avanzada estudiante me interrumpió con ingenuidad: «Me lo han explicado cien veces y no logro entenderlo: ¿qué derecho tiene Israel a existir?» Me permito detenerme en su pregunta porque intuyo que íntimamente se la formulan muchos españoles.


Si la audiencia tarraconense no hubiera sido hostil, habría optado por regalarle a mi interlocutora su centésimoprimera explicación, aunque convencido de que tampoco cien adicionales la habrían hecho entender, porque la judeofobia tiende a oscurecer el raciocinio.


Opté por no justificar mi existencia y le reboté su pregunta: «Estimada Eva, ¿sabe usted cuántos Estados hay en el mundo?» Como me replicó intrigada que lo ignoraba, me apresuré a aclararle: «Hay 192. Yo felicito a 191, porque han aprobado su concienzudo examen de derecho a la existencia. Hay un solo Estado, mucho más pequeño que Cataluña y agredido por los regímenes más atroces, al que usted ha reprobado en su minuciosa inspección. ¿No le despierta sospechas?» En mi experiencia, este método de retribuir un cuestionamiento con otro, coadyuva a quebrar el prejuicio.


Si hubiera optado por esclarecerla sobre nuestro derecho a existir, me habría bastado echar mano del judío más famoso del mundo. Jesús de Nazaret fue un hebreo en su tierra, un judío en Judea. Se regía por el mismo calendario de los israelíes de hoy, usaba su alfabeto y celebraba sus festividades, practicaba su religión y estudiaba el mismo libro. Asumía su historia y contemplaba la misma geografía. Jamás escuchó la palabra «Palestina» ni vio mezquita alguna. Al igual que David, que los macabeos, los escribas, los profetas, los salmistas, los reyes de Judea y los herederos de su tierra por milenios. Los que retornaron a su tierra siglo tras siglo, cuando en el mundo no había documento alguno que atestiguara la existencia de otro pueblo palestino más que el pueblo judío en Sión.


Adivine el lector: ¿con qué pueblo actual se habría identificado Jesús: con los griegos, los palestinos, o los israelíes? Quien pueda responder con honestidad una pregunta tan simple como esa, comprenderá nuestro derecho a una tierra en la que nos hemos forjado como nación, de la que nos alejaron por la fuerza, y a la que jamás renunciamos. Entiéndase eso, y la judeofobia contemporánea comenzará a disiparse.


Pero tampoco para los medios de difusión españoles bastarán cien explicaciones. Optan por las macabras caricaturas de Reboredo y de Ferreres acerca del sionismo y de Israel, como los europeos de antaño baldonaban al judío y su religión. Creo que a un diario local le sería suficiente publicar un titular bisilábico que se limitara a decir «Sharón», para que el lector medio reaccionara indignado por el despliegue de fanatismo y agresividad que le provocan las asociaciones de su imaginario.


Todos los Estados modernos nacieron gracias a movimientos nacionales, pero solamente el sionismo es bastardo a los ojos españoles. Es el único movimiento nacional al que se le atribuyen intentos de dominio mundial, como antaño a los judíos.


El terrorismo judeofóbico es invisible para los lentes europeos. Para los judíos no, porque lo pagamos con sangre. Por ello Israel continuará defendiéndose de una agresión que no admite alternativas: no se confronta a una u otra política, sino, como la estudiante Eva, cuestiona nuestra misma existencia. Israel no aparece en los mapas árabes cualesquiera, y la mayoría de los Estados árabes, después de medio siglo, aún no lo reconocen.


Ninguno de esos datos logra penetrar la muralla autista de los medios españoles. Someten al sionismo a una metamorfosis similar a la que la Europa de antaño sometía al judaísmo, «la religión vengativa y sanguinaria».


«¡Cómo puede usted comparar!» los oigo irritarse a los antoniogalas. Pues les respondo: lo hago, porque se trata del mismo objeto de desprecio, de la misma soberbia que elige sólo a uno para no perdonarle nada y deja a los demás indemnes de sus implacables dictámenes. Comparo porque es el mismo empecinamiento en descalificar al judío y sólo al judío. Comparo porque es la misma judeofobia letal, colérica e ingenua.


En esta campaña de demonización de Israel, el método más tentador para los medios es emplear voceros judíos, quienes por su origen permitan simular buena predisposición. Entrevístese a Chomsky, Shahak y Avneri, y Arafat querrá contratarlos para su ministerio de propaganda.


Con el ardid de hacer hablar a periodistas locales con apellidos judíos, o a israelíes que odian Israel, la ponzoña de la prensa se asume insospechable de judeofobia. Individuos que no representan a nadie entre los judíos, ocuparán páginas enteras de El País. El implícito argumento es de una lógica impecable: si nada menos que judíos critican a Israel, qué podría esperarse del resto de pobres nosotros. El lector inteligente sabrá cómo evitar caer en la trampa. Se espera de un diario, más que pluralidad de etnias y religiones, pluralidad de ideas. Una policromía que en general brilla por su ausencia cuando se debate sobre el Medio Oriente.


Porque sobre Israel, las conclusiones que se esperan del lector español son monocordes y maniqueas; la culpa la tiene Israel. Siempre el judío. Así fue el título del artículo de Enrique Curiel (La Razón de Madrid, 20/4/03): «El nombre del problema es Israel.» En una combinación de estulticia y paranoia que sólo la judeofobia puede engendrar, se explica allí que la culpa de la guerra en Irak la tienen los judíos, y que la Intifada árabe fue el resultado de una conspiración entre Bush, Ehud Barak y Ariel Sharón. Los pobres terroristas árabes (perdón, quise decir «activistas») son dominados por el poder judío internacional.


Escribo estas líneas para El Catoblepas, del círculo de Gustavo Bueno, que es en alguna medida una ráfaga de aire puro en una España contaminada de judeofobia suicida. Desde estas páginas sí puede hacerse un humilde llamamiento para que España tome una iniciativa educacional que la despierte de su obsesión para descalificar a un solo país, el judío.


Cuando el español medio tome conciencia de esa obsesión, podrá sacar una de dos conclusiones: o Israel es en efecto la obra más satánica de la historia humana, o bien la saña de la que el Estado judío es objeto, es la heredera directa de la que castigó al pueblo hebreo por milenios.



En ambos casos habremos revelado la judeofobia subyacente. Desvincularla pues de la judeofobia pretérita, sería tan ingenuo como atribuir toda opinión sobre el conflicto al odio antijudío.

viernes, 12 de septiembre de 2025

Diccionario Calo - Espanol by Paya Frank

 

LA ACRÓPOLIS (Atenas)

 

LA ACRÓPOLIS (Atenas)
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Author Photo J Mondragon
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ABSTRACT
La acrópolis es un término usado para describir una ciudadela que se encontraba en el punto más elevado, o alejado, de las ciudades antiguas Griegas ( ἄκρος-akros -'extremo, cima' y πόλις-polis -'ciudad') , e incluso se ha usado el mismo para describir sitios similares en otras culturas. ( Wikipedia, 2018 ) A través...
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El proceso de creación del Estado de Israel: ¿Origen político de un conflicto sin fin en la región del cercano oriente?

 

El proceso de creación del Estado de Israel: ¿Origen político de un conflicto sin fin en la región del cercano oriente?
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Author Photo Maria Brunetto
2014, Revista De La Facultad De Derecho
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ABSTRACT
La región del Cercano Oriente continúa siendo actualmente una de las regiones más inestables del planeta, sobre todo como consecuencia de un conflicto muy virulento y alta carga de violencia, que es el conflicto que opone al Estado de Israel y a los pueblos árabes vecinos y sobre todo al pueblo palestino. Este...
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miércoles, 13 de agosto de 2025

En Marruecos recuerdan el origen musulmán de Madrid







                                                        Grabado de época de cómo era Madrid© Yabiladi

Madrid fue erigida como ciudad musulmana por los gobernantes omeyas de Al-Ándalus, a partir del siglo IX. Esta edificación y la organización social que de ella surgió son todavía poco reconocidas, pero restos arqueológicos y escritos históricos las documentan. En ellos se encuentra, en particular, un espacio donde musulmanes, cristianos y judíos convivieron durante siglos.

Hoy en día, --escribe Yabiladi--, resulta difícil imaginar a Madrid como una ciudad musulmana amurallada. Sin embargo, así fue como la capital de España comenzó a tomar forma durante el califato andalusí a partir del siglo IX. Los Omeyas, que gobernaron el mundo musulmán desde Damasco entre 661 y 750, y posteriormente Al-Ándalus de 756 a 1031, ordenaron la construcción de esta fortaleza en 865, supervisándola de cerca. Durante los primeros 220 años de su existencia, la ciudad se convirtió en un punto de encuentro para musulmanes, judíos y cristianos, hasta que fue capturada por la realeza cristiana durante la Reconquista (722-1492).

En aquel entonces, la ciudadela era conocida como «Majrit» o «Maŷrīṭ», debido a sus abundantes recursos hídricos. María Jesús Viguera Molíns, miembro de la Academia Real de Historia de España y colaboradora de la Fundación para la Cultura Islámica (FUNCI), ha dedicado gran parte de su trabajo a documentar las diversas etapas de esta ciudad originalmente musulmana, utilizando fuentes árabes. Destaca que la primera mención de la ciudad aparece en los escritos del cronista Ibn Ḥayyān (fallecido en 1076), quien cita a su predecesor Razi (fallecido en 955).


Los registros indican que el castillo de Madrid era una de las muchas infraestructuras imponentes cuya construcción fue ordenada por el emir omeya Muḥammad I (852-886) "para los habitantes de la frontera de Toledo". La obra monumental se inició en un contexto de intensa actividad de construcción y fortificación en las áreas fronterizas de Al-Ándalus, con el objetivo de repeler incursiones. En el siglo IX, esta preocupación era constante para los emires, especialmente porque la península ibérica estaba siendo recuperada por los cristianos, hasta la caída de Granada en 1492, que puso fin a ocho siglos de dominio musulmán.

La fundación de la ciudad tenía como objetivo consolidar el poder de Córdoba en esta región fronteriza y poco poblada, y enfrentar la constante insubordinación de Toledo y las incursiones asturianas, explica Daniel Gil-Benumeya, coordinador científico del Centro de Estudios del Madrid Islámico (CEMI) y profesor de estudios árabe-islámicos en la Universidad Complutense de Madrid. En su artículo «El Madrid andalusí, entre historia y memoria», el investigador sugiere que podría haber existido una fundación anterior a 865.


Según él, el desarrollo urbano de Muhammad I habría concluido antes de 871. Ibn Hayyan describe a «un rebelde toledano» llamado Masuna o Masiya, interceptado y asesinado ese año en Madrid "por quien pudo haber sido el primer guardián de la ciudad: ‘Ubayd Allāh b. Sālim". Otras hipótesis atribuyen la fundación de la primera fortificación (ḥiṣn) de Madrid a "uno de los muchos rebeldes del emirato o a la iniciativa del clan bereber de los Banū Sālim, asentado en la Marca Media, al cual podría estar relacionado el apellido del mencionado ‘Ubayd Allāh b. Sālim".

No obstante, "la preexistencia de una supuesta colonia visigoda es un tema recurrente, a pesar de la ausencia de pruebas documentales o materiales", precisa Daniel Gil-Benumeya, refiriéndose a una hipótesis de Jaime Oliver Asín (1959), que este último terminaría por abandonar. En cualquier caso, las investigaciones sugieren que «las únicas indicaciones de un hábitat anterior» provienen del período islámico. Sin embargo, las características del santuario de Madrid siguen siendo objeto de conjeturas, ya que los restos fueron destruidos entre los siglos XVI y XX. Los datos más recientes describen "un recinto fortificado de aproximadamente cuatro hectáreas, lo que sitúa a Madrid al mismo nivel que pequeñas ciudades de la Marca Media como Calatrava, Zorita de los Canes y Alcalá".


En cuanto al refuerzo de las murallas, es rastreado por Ibn Ḥayyān y retomado por al-Ḥimyarī en el siglo XV. Relata que durante excavaciones del foso exterior de la muralla, se descubrió una tumba imponente de unos veinte metros. La muralla tiene "al menos dos puertas, que han sobrevivido hasta la época moderna". El geógrafo y viajero marroquí Charif Al-Idrissi también dedicó una parte de su emblemático "Libro de Roger" (Tabula Rogeriana, o Nuzhat al-mushtāq fi'khtirāq al-āfāq) a la descripción del Madrid castellano que conoció. Publicado en 1150, esta obra sitúa «la mezquita principal donde el sermón se pronuncia regularmente» cerca de una de estas entradas.

En esa época, la mezquita servía como iglesia de Santa María, o la iglesia de la "Almudena", debido a su proximidad con la antigua ciudadela musulmana. Las investigaciones también atestiguan que Madrid contaba con cuatro zonas fuera de las fortificaciones (extra-muros). Tres de ellas estarían relacionadas con la urbanización que marcó los siglos X y XI. La última, en la colina de la Vistilla, sería contemporánea o ligeramente anterior a la construcción del corazón de la ciudadela. En los alrededores de la plaza de la Cebada, un cementerio habría servido a los habitantes entre los siglos IX y XV, en la época mudéjar.


Más que un bastión militar, Madrid se revela así como una verdadera medina que experimentó un desarrollo administrativo y urbanístico considerable, bajo el dominio musulmán, y luego durante los primeros años de la realeza cristiana. En este sentido, Charif Al-Idrissi la califica de "pequeña ciudad y fortaleza próspera y bien defendida", rica en su irradiación intelectual y su auge económico. Tuvo su qadi, su gran mezquita, una veintena de ulemas y numerosos eruditos o científicos cuyos nombres están vinculados a la ciudad, como el matemático y astrónomo Maslama al-Maŷrīṭī, fallecido en Córdoba hacia 1007. En cuanto a los restos descubiertos hasta ahora, atestiguan la importante actividad agrícola local, así como una organización del trabajo en el textil, además de una destacada actividad de alfarería.

Hasta entonces fuerte por el poder militar de los gobernantes omeyas, esta organización social será sin embargo sacudida por la reconquista cristiana, que la aleja cada vez más de las zonas de influencia musulmana en la península ibérica. La toma de Madrid se lleva a cabo ya en el siglo XI, más de 300 años antes del final del dominio musulmán de Al-Ándalus en 1492. Artífice de la conquista de Toledo en 1085, el rey Alfonso VI de León (1065-1109) se apodera del territorio para convertirlo en una ciudad castellana y cristiana. Sin embargo, esta sigue marcada por su diversidad cultural, al haber contado con una amplia comunidad mudéjar, y luego mora, durante casi cinco siglos.


En otro de sus artículos dedicados al legado musulmán de Madrid, Daniel Gil-Benumeya estima que esta presencia se extendió incluso a lo largo de 700 años, con la afluencia de moriscos deportados o reducidos a la esclavitud procedentes de Granada. "Otras formas de presencia musulmana o cripto-musulmana perduraron más allá, tales como esclavos de origen musulmán, exiliados, rehenes, renegados y embajadores", explica en "Los musulmanes en las calles de Madrid".

sábado, 2 de agosto de 2025

Historia del Otro. Israel y Palestina, un conflicto, dos miradas

 

Historia del Otro. Israel y Palestina, un conflicto, dos miradas Jerónimomx
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Author Photo Manuel Ferez
2020, Jeronimomx
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ABSTRACT
Publicado por primera vez en francés con el título Histoire de l ´Autre en el año 2003 por el Peace Research Institute in the Middle East (PRIME)[i] y dos años después en español por Intermón Oxfam en Barcelona el libro Historia del Otro. Israel y Palestina, un conicto, dos miradas no ha recibido la atención ni el...