miércoles, 31 de enero de 2024
martes, 30 de enero de 2024
EL TEMPLO DE ÁRTEMIS .- Florencia Abbate
Éfeso, aproximadamente 550
antes de Cristo.
Cerca de la ciudad de Éfeso
existía un templo consagrado a la diosa Ártemis, que fue destruido en el siglo
VII antes de Cristo, cuando los sumerios invadieron la zona. Un siglo más
tarde, Creso -un rey de Lidia que, según se cuenta, fue el inventor de la
moneda- decidió reconstruir el templo. Para llevar a cabo su proyecto, solicitó
el aporte económico de los ciudadanos. El espléndido santuario contenía
estatuas esculpidas por refinados artistas, pinturas y pilares de oro.
El nuevo templo de Ártemis se
mantuvo durante doscientos años. En el 356 antes de Cristo, un pastor llamado
Eróstrato lo incendió para hacerse famoso. Dos décadas más tarde, Alejandro
Magno ocupó la ciudad con su ejército. Cuando le contaron la historia, se dio
cuenta de que el templo había sido quemado la misma noche de su nacimiento. Al
parecer, esta coincidencia lo impulsó a reconstruirlo. Sin embargo, el nuevo
templo no volvería a ser tan deslumbrante como el de Creso.
Ártemis era una diosa
valiente, pura y temperamental. Además de ser la hija de Zeus, el más poderoso
de los dioses.
Se cuenta que, el día que ella
cumplía tres años, su padre la miró a los ojos con ternura y le dijo:
-Quiero que elijas un regalo.
Ártemis le respondió que
deseaba tener los mismos derechos que su hermano varón, Apolo. Y agregó que
consideraba injusto que a veces los hombres tuviesen más derechos que las
mujeres, nada más que por el hecho de ser hombres.
Zeus se alegró de que su hija
ya manifestara un carácter tan fuerte, siendo tan chiquita. Era evidente que a
Ártemis le gustaba pensar las cosas por sí misma. Y sacaba sus propias
conclusiones, que no se parecían a las de nadie más.…
Con el paso de los años,
Ártemis se convirtió en una diosa venerada por muchísima gente. Todos sabían
que le gustaba deambular por los bosques y que era muy amiga de los animales.
Andaba escoltada por un grupo de perros sabuesos que la protegían.
La diosa nunca iba a ningún
lado sin su arco y sus flechas. Y solía entrenarse para llegar a tener una
puntería perfecta. Entre otras cosas, el arco y las flechas le servían para
defender a los chicos de todo aquel que les impidiera jugar. Y así se fue transformando
en la diosa preferida de los niños.
Al pueblo de Éfeso le
encantaba organizar festivales para honrar a la diosa. A Ártemis no le
interesaban demasiado los eventos multitudinarios, pero había un pequeño ritual
que sí apreciaba mucho. Era un festejo en el que intervenían nada más que las
nenas de doce años. Marchaban en fila india hasta el altar de Ártemis y allí
dejaban sus hebillas, sus juguetes y algunos mechones de pelo atados con una
cinta. A la diosa le resultaba divertido y esto hacía que sintiera una simpatía
especial por las nenas de esa edad.
Una reina decidió demostrarle
todo el amor que el pueblo le tenía. Y con ese objetivo comenzó la edificación
de uno de los lugares sagrados más famosos de la historia: el templo de Ártemis
en Éfeso.…
Muchos ciudadanos aportaron
dinero para colaborar en la construcción del templo. Pero en las afueras de la
ciudad había una mujer que deseaba contribuir y no podía, debido a su pobreza.
Su hija había enfermado de algo grave y no se sabía si sobreviviría.
La mujer imaginaba que, cuando
estuviera terminado el templo, el poder de la diosa le haría mucho bien a la
ciudad. Y, seguramente, también ayudaría a mejorar la salud de su hija Melisa.
Una tarde, a la mujer se le
ocurrió que podía contribuir con algo que no fuese dinero. Así fue como empezó
a llevarles comida y bebida a los constructores del templo. A veces, mientras
hacía el recorrido, unos misteriosos relámpagos rasgaban el cielo con un
temblor dorado, y la mamá de Melisa se asustaba. ¿Sería una señal de que los
dioses no estaban conformes con lo que ella hacía?
Pasaron los meses. La
construcción del templo progresaba. Y el enigma de los relámpagos seguía sin
aclararse… Además comenzó a ocurrir otro suceso extraño. Cada vez que Melisa
decía que no tenía fuerzas para seguir viviendo, un pájaro negro iba a posarse
en el marco de la ventana, y un viento fuerte sacudía los árboles.
Su mamá no sabía qué pensar.
Luego de mucho reflexionar,
llegó a la conclusión de que existían tres explicaciones posibles:
1a) Que los relámpagos y el
pájaro fuesen la forma en que los dioses le comunicaban su enojo. 2a) Que
fuesen señales de la naturaleza, que se lamentaba anticipadamente por la muerte
de Melisa.
3a) Que esos fenómenos no
tuviesen nada que ver entre sí, y mucho menos con ella. Es decir: que todo
sucediera por pura casualidad.…
Cuando el templo estuvo
terminado, todos coincidieron en que había quedado maravilloso. Era
increíblemente grande. Su techo estaba sostenido por 127 columnas de 20 metros
de altura. Por su elegancia, resultaba incomparable con cualquier otro templo
de cualquier otra ciudad.
Los habitantes de Éfeso se
sentían muy orgullosos por la obra. Y los niños eran los más felices, ya que
sabían que Ártemis los quería y les permitiría jugar en el templo. Con todas
esas columnas, sería el lugar ideal para la mancha y las escondidas.
A la hora en que empezaba la
fiesta de inauguración, en la casa de la mujer había un clima de tristeza.
Melisa cumplía doce años, pero se sentía tan mal que no podía celebrar su
cumpleaños. Su madre trataba de bajarle la fiebre con paños de agua fría.
De pronto, la luz de un
relámpago inundó la habitación y las hojas de los árboles empezaron a aplaudir.
El pájaro negro se posó en la ventana. Y después apareció la propia Ártemis con
todos sus perros.
Al ver a la diosa en su casa,
la madre de Melisa gritó de alegría. La nena no entendía qué estaba sucediendo.
Se incorporó y descubrió que su cama se encontraba rodeada de sabuesos. Ellos
empezaron a cantarle el feliz cumpleaños.
Luego, Ártemis le sonrió y le
dijo:
-Voy a enseñarte uno de mis
trucos. Verás qué fácil es y qué rápido te vas a mejorar.
El truco consistía en respirar
con calma, como hacía la diosa cada vez que iba a disparar sus flechas. O,
también, como hacían sus perros cada vez que combatían con los osos. Melisa
realizó el ejercicio de respiración que Ártemis le propuso. La prueba le salió
perfecta y los perros la aclamaron con ladridos.
Melisa comenzó a reír. Ya se
sentía menos afiebrada. Ártemis le pidió que le hiciera una promesa con la
parte más pura de su alma.
-¿Qué puedo prometerte?
-Que no le entregarás tu
corazón a nadie que no sea sincero -dijo la diosa.
La nena se apoyó la mano en el
pecho y respondió:
-Ártemis, te lo prometo.…
Mientras tanto, la gente
llegaba a la fiesta de inauguración del templo desde todos los lugares de la
ciudad. Los músicos no paraban de tocar melodías exaltadas. Los ciudadanos
bebían y disfrutaban del logro compartido. Nadie sospechaba que la diosa había
enviado una abeja, con la misión de ver cómo era el templo, así como de
investigar si las personas que estaban allí la honraban con sinceridad.
Una vez que la abeja observó
todo, voló hasta la casa de Melisa. Cuando entró por la ventana, Ártemis le
explicaba a la nena el significado de una palabra:
-Metamorfosis significa
“cambiar de forma” -dijo la diosa-. Por ejemplo, cuando un caballo se convierte
en montaña o cuando una frazada se transforma en un jardín cubierto de pasto
fresco. Todos los seres deberían practicar el don de la metamorfosis. A los que
nunca lo hacen, la tristeza y las preocupaciones les quitan poco a poco la
belleza.
-Metamorfosis también es
cuando una niña se convierte en abeja -intervino la abeja-. Eso fue lo que me
pasó a mí cuando cumplí doce años.
Sorprendida, Melisa se dio
vuelta y vio a la abeja.
-Yo cumplo doce años hoy… -dijo
la niña un poco preocupada, y enseguida preguntó-:
¿Cómo te llamas?
-Ahora mi nombre es “abeja”.
Pero cuando era una niña me llamaba Helena…
Melisa pensó que era triste
que el bichito hubiese perdido su nombre después de la metamorfosis. Justo en
ese momento, la diosa la miró y le dijo, como Zeus a ella cuando cumplió sus
tres años:
-Quiero que elijas un regalo.
Melisa no tardó en contestar:
-Quisiera que los animales
tengan nombres, como los seres humanos. Creo que no es lindo que esta abeja se
llame simplemente “abeja”, como todas las demás.
Ártemis opinó que se trataba
de un pedido inteligente. Porque así como todos los seres humanos somos
distintos, también cada animal es único.
-Muy bien -le dijo la diosa-.
Es cierto que cada ser vivo es diferente de todos los demás. También debo decir
que fuiste bondadosa.
Pediste algo en beneficio de
los otros. Y eso te hace merecer la “metamorfosis” de tu enfermedad.
Melisa abrió mucho los ojos,
conmovida.
-¿Y en qué se va a transformar
mi enfermedad? -le preguntó.
La diosa se agachó y lo
consultó con el más viejo de sus perros. Era un sabueso muy valiente, que había
arriesgado dos veces la vida por ella. El perro se rascó la cabeza y contempló
unos instantes la lluvia que empezaba a caer más allá de la ventana. Acercó su
hocico al oído de Ártemis, y le indicó que quizá lo mejor sería convertir a la
enfermedad en una nube.
-Será una nube -declaró la
diosa-. Pero no se moverá. Estará siempre quieta sobre el templo, velando por
la salud de todos los habitantes de Éfeso..
Melisa y su mamá se abrazaron.
Estaban tan felices que, de pronto, tuvieron un ataque de risa.
FIN
EL MAUSOLEO .- Florencia Abbate
Halicarnaso, aproximadamente
350 antes de Cristo.
La tumba del rey Mausolo y de
su hermana Artemisia fue una de las más lujosas del mundo. Tenía unos
Cuando Alejandro Magno
conquistó la ciudad, hizo derribar el mausoleo. En el siglo XIV, los caballeros
de San Juan terminaron de demolerlo y utilizaron sus materiales para el
castillo de San Pedro de Halicarnaso.
Removieron la base de mármol,
y quedó al descubierto una sala subterránea. Desde ahí partía un estrecho
pasillo que llegaba hasta una cripta, donde se encontró el sarcófago de los
reyes. Esa misma noche, unos ladrones vaciaron la tumba.
Solo quedan unos pocos restos
de esa obra formidable. Pero el nombre de esta maravilla se volvió inmortal:
hoy, a todo monumento funerario de características imponentes se lo llama
“mausoleo”.
Hace muchos siglos, en el
reino de Caria, había una ciudad feliz llamada Halicarnaso. Allí vivían
Mausolo, el rey de los carios, y su hermana Artemisia. Ellos eran muy unidos y
querían seguir siempre juntos. Incluso después de la muerte.
Como estaba tan preocupado con
la idea de no separarse nunca de Artemisia, Mausolo encargó la construcción de
un monumento para que los enterraran juntos cuando hubieran muerto. Su proyecto
tomaba como ejemplo las pirámides de Egipto; es decir: el monumento tenía que
ser, al mismo tiempo, una tumba y una obra de arte.
A su pedido, los arquitectos
edificaron un cuadrado de piedra de
En la cima, se colocó una
escultura que representaba al rey y a su hermana viajando en un carro de oro.
Los mejores artistas de la
época fueron convocados para tallar dibujos sobre las columnas. Y toda la
superficie fue decorada con estatuas de mármol que mostraban imágenes de
parientes del rey, de guerreros y de animales majestuosos.
Pero lo más increíble de este
monumento estaba oculto a la vista de la gente. Debajo del piso, Mausolo mandó
instalar un magnífico sarcófago blanco, donde debían ser colocados los cuerpos
de él y de ella. Así, todo quedó perfectamente listo para cuando ellos dos
murieran.…
Con el correr de los años, la
preocupación de Mausolo por su seguridad y por la de su pueblo creció de una
manera desmedida. Y la ciudad de Halicarnaso, que alguna vez había sido una de
las más felices, se convirtió en una de las más tristes.
Para proteger a los habitantes
del reino, Mausolo dispuso que todos se mudaran a las cercanías del palacio y
luego mandó levantar una muralla, con muchas torres de vigilancia, que los
aisló para siempre del mundo exterior.
La gente había quedado
encerrada. Y, desde entonces, el reino se volvió cada vez más sombrío. Nadie
tenía ganas de hacer nada. Se hartaban de ver continuamente las mismas caras
aburridas.
Y así fue como, un buen día,
los habitantes de Halicarnaso empezaron a odiar a su rey.
Pero Mausolo no cambió. Al
contrario, al ver que sus súbditos ya no lo amaban, se volvió todavía más
celoso de sus pertenencias. Cuidaba sus riquezas como un maniático. Por
ejemplo, no permitía que la gente admirara las joyas de su hermana. Y, si
alguien se atrevía a tocarlas, instantáneamente era condenado a muerte. Por
precaución, ella decidió no ponérselas para ir a las ceremonias ni para andar
paseando fuera del palacio.
De todos modos, Artemisia
salía cada vez menos. Le parecía peligroso. Por un lado, porque Mausolo la
convenció de que había muchos bárbaros sueltos que querían asaltarlos. Y por
otro, porque los habitantes de la ciudad, que ya no soportaban que Mausolo los
tuviera aprisionados y apretujados, podían organizar un disturbio en cualquier
momento.
Al final, los reyes dejaron de
tener contacto con la gente de Halicarnaso. Y entre esa gente, que ya nunca
veía a sus gobernantes, empezaron a correr rumores. Algunos decían que los
reyes se habían transformado en unos monstruos horribles.…
Muchos siglos después, tres
ladrones se disponían a robar el sepulcro más grande del mundo: el mausoleo de
Halicarnaso. Les habían informado que, en un lugar subterráneo de ese edificio,
se encontraban enterrados el rey Mausolo y su hermana. Y con ellos, todas sus
riquezas. Un tesoro incalculable.
Mustafá, Alí y Tahar se
reunieron en una taberna. Después de haber comido y bebido con gusto, caminaron
hasta el mausoleo. Rompieron el piso de mármol y excavaron durante casi una
hora. Por fin hallaron un pasadizo que descendía. Se deslizaron por él, agachando
la cabeza para no golpearse. Parecía que ese túnel no se terminaba nunca. Ya
estaban a punto de volverse, arrepentidos, cuando divisaron la sala del
sarcófago.
A la luz de las antorchas,
descubrieron riquezas que habrían dejado boquiabierto a un multimillonario.
Tahar, el más joven de los
tres, comenzó a meter en su bolso todas las joyas que tenía a mano: anillos,
pulseras, collares, gargantillas, diademas, aros, prendedores de oro y piedras
preciosas.
En eso estaba Tahar, muy
concentrado, cuando observó que el yeso de la pared empezaba a caerse a
pedazos. Vio cómo se formaba una pequeña abertura negra. Y luego sintió que lo
envolvía un viento helado.
Las antorchas se apagaron. El
lugar se inundó de un olor insoportable.
En la penumbra, Tahar vio dos
siluetas silenciosas que avanzaban penosamente hacia él. De repente, cambiaron
de dirección y se abalanzaron sobre Mustafá y Alí. Tahar escuchó el ruido que
hace la carne cuando es triturada por los dientes de una fiera. ¡Estaban
despedazando a sus amigos y él no podía hacer nada! Le parecía que las piernas
se le habían vuelto de algodón…
Tahar miró con desesperación a
los dos asesinos. Tenían cabeza de lobo y cabellera de serpientes. Los vio
beber la sangre de sus compañeros lentamente, a pequeños sorbos, como si
estuvieran saboreando un vino. Cuando terminaron con ese festín, los monstruos
desplegaron unas alas de murciélago peludo y salieron volando…
Tahar escapó de allí lanzando
alaridos. Apenas pudo abandonar el túnel, inspiró profundamente y se desmayó.
Se despertó con la salida del
sol. Estaba tirado en la calle, sucio y tembloroso. Se incorporó y, lo más
rápido que pudo, caminó hasta su casa. Necesitaba relatarle a su esposa lo que
había ocurrido la noche anterior. No podía creer que aún estuviera vivo para
contarlo.
Ella abrió la puerta y se dio
cuenta de que pasaba algo malo. Nunca lo había visto tan pálido y abatido.
Tahar se sentó junto a
Magdalena y le contó con lujo de detalles lo que había presenciado. Ella trató
de disimular el miedo y le acarició la espalda para reconfortarlo. Entonces, un
poco más tranquilo, Tahar se puso a reflexionar, y recordó…
La leyenda decía que Mausolo
tuvo un carácter muy amargo. Que toda señal de alegría le resultaba sospechosa.
Que no quería a nadie, salvo a su hermana. Que las virtudes más sencillas le
faltaban. Que no había en su corazón ni una sola pizca de gratitud. Que
convirtió a la ciudad en una especie de cárcel gigantesca, ahogando al pueblo
con su absurda muralla. Que había estado dispuesto a emplear cualquier recurso
con tal de defender su fortuna.
Después de darles mil vueltas
a estas cosas, Tahar llegó a una conclusión. Una explicación posible para lo
ocurrido era que Mausolo y su hermana se hubiesen convertido en dos monstruosos
vampiros…
En ese momento escuchó que
Magdalena lo llamaba para almorzar. Se sentaron a la mesa y empezaron a comer.
Pero enseguida sintieron que golpeaban la puerta.
Magdalena fue a abrir y
regresó a la mesa con una cara tensa. Detrás de ella venían Mustafá y Alí, los
amigos de su esposo. Parecían de lo más divertidos. Se acercaron a Tahar y lo
abrazaron.
-La próxima vez que te
ofrezcamos vino, deberías rechazarlo -le dijeron a dúo.
-¡Qué susto te dimos anoche! -exclamó
Alí, llorando de risa.
-Sí -comentó Mustafá-. Estabas
tan borracho que te lo creíste…
Si bien, habitualmente, Tahar
tenía buen humor, no le gustaban para nada las bromas pesadas. Además, a él
jamás se le hubiera ocurrido jugar con la muerte: no le encontraba ninguna
gracia.
Para colmo, cuando Magdalena
se enteró de que él se había emborrachado la noche anterior, se enojó y le
prohibió que le dirigiera la palabra. Ya le había advertido mil veces que no
bebiera cuando salía a robar…
Los compañeros, recuperados
del ataque de risa, seguían comentando la broma:
-Podemos prestarte los
disfraces…
-Y las pelucas con serpientes
de tela…
-¿Cómo pudiste creerlo?
Tahar no soportaba más. Tomó
un cuchillo de la mesa, lo alzó en actitud amenazante y les gritó a sus
compañeros que se fueran de la casa. Ellos trataban de mantener la seriedad,
pero no podían evitar tentarse y se volvían a reír. Como si supieran que su amigo
Tahar pronto los iba a perdonar.
-Nos encontramos mañana en mi
casa, para repartir el botín -dijo Alí.
-Amigo, esta vez sí que nos
hicimos ricos… -completó Mustafá.
Y se marcharon.…
Tahar soltó el cuchillo, se
sentó y se cruzó de brazos. Jamás en su vida se había sentido tan ridículo. Sin
embargo, no terminaba de creer que la muerte de sus compañeros hubiera sido un
chiste de mal gusto.
Su esposa lo sacó de su
ensimismamiento.
-No te olvides de ir mañana a
buscar tu parte del botín -le advirtió.
Entonces, él se acordó de que
había guardado en su bolso una buena cantidad de joyas. Se levantó corriendo y
fue a buscarlo mientras le decía a su mujer:
-Te traje de regalo las joyas
de la reina Artemisia.
Magdalena vio a Tahar con el
bolso y contuvo la respiración. Estaba emocionada.
Sin embargo, cuando el bolso
se abrió, después de un largo forcejeo, vieron que en su interior no había más
que tierra y cascotes.
Tahar se puso pálido de
pronto. Sabía que sus compañeros no habían tocado el bolso en ningún momento.
Magdalena, sospechando lo que
ocurría, le preguntó:
-¿Estás seguro de que esos dos
hombres que vinieron recién eran tus amigos?
-Nunca se sabe… -respondió él
con un tono preocupado-. A veces las bromas de los muertos son más inteligentes
que las de los vivos…
FIN