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martes, 30 de enero de 2024

EL TEMPLO DE ÁRTEMIS .- Florencia Abbate

 


 

Éfeso, aproximadamente 550 antes de Cristo.

Cerca de la ciudad de Éfeso existía un templo consagrado a la diosa Ártemis, que fue destruido en el siglo VII antes de Cristo, cuando los sumerios invadieron la zona. Un siglo más tarde, Creso -un rey de Lidia que, según se cuenta, fue el inventor de la moneda- decidió reconstruir el templo. Para llevar a cabo su proyecto, solicitó el aporte económico de los ciudadanos. El espléndido santuario contenía estatuas esculpidas por refinados artistas, pinturas y pilares de oro.

El nuevo templo de Ártemis se mantuvo durante doscientos años. En el 356 antes de Cristo, un pastor llamado Eróstrato lo incendió para hacerse famoso. Dos décadas más tarde, Alejandro Magno ocupó la ciudad con su ejército. Cuando le contaron la historia, se dio cuenta de que el templo había sido quemado la misma noche de su nacimiento. Al parecer, esta coincidencia lo impulsó a reconstruirlo. Sin embargo, el nuevo templo no volvería a ser tan deslumbrante como el de Creso.

Ártemis era una diosa valiente, pura y temperamental. Además de ser la hija de Zeus, el más poderoso de los dioses.

Se cuenta que, el día que ella cumplía tres años, su padre la miró a los ojos con ternura y le dijo:

-Quiero que elijas un regalo.

Ártemis le respondió que deseaba tener los mismos derechos que su hermano varón, Apolo. Y agregó que consideraba injusto que a veces los hombres tuviesen más derechos que las mujeres, nada más que por el hecho de ser hombres.

Zeus se alegró de que su hija ya manifestara un carácter tan fuerte, siendo tan chiquita. Era evidente que a Ártemis le gustaba pensar las cosas por sí misma. Y sacaba sus propias conclusiones, que no se parecían a las de nadie más.…

Con el paso de los años, Ártemis se convirtió en una diosa venerada por muchísima gente. Todos sabían que le gustaba deambular por los bosques y que era muy amiga de los animales. Andaba escoltada por un grupo de perros sabuesos que la protegían.

La diosa nunca iba a ningún lado sin su arco y sus flechas. Y solía entrenarse para llegar a tener una puntería perfecta. Entre otras cosas, el arco y las flechas le servían para defender a los chicos de todo aquel que les impidiera jugar. Y así se fue transformando en la diosa preferida de los niños.

Al pueblo de Éfeso le encantaba organizar festivales para honrar a la diosa. A Ártemis no le interesaban demasiado los eventos multitudinarios, pero había un pequeño ritual que sí apreciaba mucho. Era un festejo en el que intervenían nada más que las nenas de doce años. Marchaban en fila india hasta el altar de Ártemis y allí dejaban sus hebillas, sus juguetes y algunos mechones de pelo atados con una cinta. A la diosa le resultaba divertido y esto hacía que sintiera una simpatía especial por las nenas de esa edad.

Una reina decidió demostrarle todo el amor que el pueblo le tenía. Y con ese objetivo comenzó la edificación de uno de los lugares sagrados más famosos de la historia: el templo de Ártemis en Éfeso.…

Muchos ciudadanos aportaron dinero para colaborar en la construcción del templo. Pero en las afueras de la ciudad había una mujer que deseaba contribuir y no podía, debido a su pobreza. Su hija había enfermado de algo grave y no se sabía si sobreviviría.

La mujer imaginaba que, cuando estuviera terminado el templo, el poder de la diosa le haría mucho bien a la ciudad. Y, seguramente, también ayudaría a mejorar la salud de su hija Melisa.

Una tarde, a la mujer se le ocurrió que podía contribuir con algo que no fuese dinero. Así fue como empezó a llevarles comida y bebida a los constructores del templo. A veces, mientras hacía el recorrido, unos misteriosos relámpagos rasgaban el cielo con un temblor dorado, y la mamá de Melisa se asustaba. ¿Sería una señal de que los dioses no estaban conformes con lo que ella hacía?

Pasaron los meses. La construcción del templo progresaba. Y el enigma de los relámpagos seguía sin aclararse… Además comenzó a ocurrir otro suceso extraño. Cada vez que Melisa decía que no tenía fuerzas para seguir viviendo, un pájaro negro iba a posarse en el marco de la ventana, y un viento fuerte sacudía los árboles.

Su mamá no sabía qué pensar.

Luego de mucho reflexionar, llegó a la conclusión de que existían tres explicaciones posibles:

1a) Que los relámpagos y el pájaro fuesen la forma en que los dioses le comunicaban su enojo. 2a) Que fuesen señales de la naturaleza, que se lamentaba anticipadamente por la muerte de Melisa.

3a) Que esos fenómenos no tuviesen nada que ver entre sí, y mucho menos con ella. Es decir: que todo sucediera por pura casualidad.…

Cuando el templo estuvo terminado, todos coincidieron en que había quedado maravilloso. Era increíblemente grande. Su techo estaba sostenido por 127 columnas de 20 metros de altura. Por su elegancia, resultaba incomparable con cualquier otro templo de cualquier otra ciudad.

Los habitantes de Éfeso se sentían muy orgullosos por la obra. Y los niños eran los más felices, ya que sabían que Ártemis los quería y les permitiría jugar en el templo. Con todas esas columnas, sería el lugar ideal para la mancha y las escondidas.

A la hora en que empezaba la fiesta de inauguración, en la casa de la mujer había un clima de tristeza. Melisa cumplía doce años, pero se sentía tan mal que no podía celebrar su cumpleaños. Su madre trataba de bajarle la fiebre con paños de agua fría.

De pronto, la luz de un relámpago inundó la habitación y las hojas de los árboles empezaron a aplaudir. El pájaro negro se posó en la ventana. Y después apareció la propia Ártemis con todos sus perros.

Al ver a la diosa en su casa, la madre de Melisa gritó de alegría. La nena no entendía qué estaba sucediendo. Se incorporó y descubrió que su cama se encontraba rodeada de sabuesos. Ellos empezaron a cantarle el feliz cumpleaños.

Luego, Ártemis le sonrió y le dijo:

-Voy a enseñarte uno de mis trucos. Verás qué fácil es y qué rápido te vas a mejorar.

El truco consistía en respirar con calma, como hacía la diosa cada vez que iba a disparar sus flechas. O, también, como hacían sus perros cada vez que combatían con los osos. Melisa realizó el ejercicio de respiración que Ártemis le propuso. La prueba le salió perfecta y los perros la aclamaron con ladridos.

Melisa comenzó a reír. Ya se sentía menos afiebrada. Ártemis le pidió que le hiciera una promesa con la parte más pura de su alma.

-¿Qué puedo prometerte?

-Que no le entregarás tu corazón a nadie que no sea sincero -dijo la diosa.

La nena se apoyó la mano en el pecho y respondió:

-Ártemis, te lo prometo.…

Mientras tanto, la gente llegaba a la fiesta de inauguración del templo desde todos los lugares de la ciudad. Los músicos no paraban de tocar melodías exaltadas. Los ciudadanos bebían y disfrutaban del logro compartido. Nadie sospechaba que la diosa había enviado una abeja, con la misión de ver cómo era el templo, así como de investigar si las personas que estaban allí la honraban con sinceridad.

Una vez que la abeja observó todo, voló hasta la casa de Melisa. Cuando entró por la ventana, Ártemis le explicaba a la nena el significado de una palabra:

-Metamorfosis significa “cambiar de forma” -dijo la diosa-. Por ejemplo, cuando un caballo se convierte en montaña o cuando una frazada se transforma en un jardín cubierto de pasto fresco. Todos los seres deberían practicar el don de la metamorfosis. A los que nunca lo hacen, la tristeza y las preocupaciones les quitan poco a poco la belleza.

-Metamorfosis también es cuando una niña se convierte en abeja -intervino la abeja-. Eso fue lo que me pasó a mí cuando cumplí doce años.

Sorprendida, Melisa se dio vuelta y vio a la abeja.

-Yo cumplo doce años hoy… -dijo la niña un poco preocupada, y enseguida preguntó-:

¿Cómo te llamas?

-Ahora mi nombre es “abeja”. Pero cuando era una niña me llamaba Helena…

Melisa pensó que era triste que el bichito hubiese perdido su nombre después de la metamorfosis. Justo en ese momento, la diosa la miró y le dijo, como Zeus a ella cuando cumplió sus tres años:

-Quiero que elijas un regalo. Melisa no tardó en contestar:

-Quisiera que los animales tengan nombres, como los seres humanos. Creo que no es lindo que esta abeja se llame simplemente “abeja”, como todas las demás.

Ártemis opinó que se trataba de un pedido inteligente. Porque así como todos los seres humanos somos distintos, también cada animal es único.

-Muy bien -le dijo la diosa-. Es cierto que cada ser vivo es diferente de todos los demás. También debo decir que fuiste bondadosa.

Pediste algo en beneficio de los otros. Y eso te hace merecer la “metamorfosis” de tu enfermedad.

Melisa abrió mucho los ojos, conmovida.

-¿Y en qué se va a transformar mi enfermedad? -le preguntó.

La diosa se agachó y lo consultó con el más viejo de sus perros. Era un sabueso muy valiente, que había arriesgado dos veces la vida por ella. El perro se rascó la cabeza y contempló unos instantes la lluvia que empezaba a caer más allá de la ventana. Acercó su hocico al oído de Ártemis, y le indicó que quizá lo mejor sería convertir a la enfermedad en una nube.

-Será una nube -declaró la diosa-. Pero no se moverá. Estará siempre quieta sobre el templo, velando por la salud de todos los habitantes de Éfeso..

Melisa y su mamá se abrazaron. Estaban tan felices que, de pronto, tuvieron un ataque de risa.

 

FIN

 

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