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jueves, 31 de julio de 2025

 

 

GATUNO

 


 

No tuve ningún mal presentimiento cuando Smithby se casó con Cynthia Carmichael y se marchó con ella en viaje de novios. Ninguna voz interior susurró su espantosa advertencia en mi oído cuando se rumoreó que Smithby estaba dedicando sus doce meses de permiso a investigaciones de una naturaleza extrañamente particular. Incluso en mi calidad de jefe de su departamento, ¿cómo podía saber que Smithby se disponía a dar a luz su Gatuno?

Su permiso estaba a punto de terminar, empezó el mío, y me marché, con la intención de pasar tres deliciosos meses en la soleada Italia, dedicando los nueve meses restantes a explorar los tesoros de la Biblioteca Nacional de Escocia. Pero no pudo ser. Apenas una semana después de mi llegada a Edimburgo, recibí la carta.

¿He dicho «carta»? No había ninguna carta en el feo sobre que me había seguido los pasos desde el norte de Italia. Contenía únicamente una breve nota, acompañada de un enorme recorte de algún periódico sensacionalista.

Leí el breve mensaje:

Querido Cristopher:

Smithby ha traicionado nuestra tradición y nuestra confianza. En su departamento reina el caos. Tres de nosotros hemos presentado ya la dimisión.

WITHERSPOON

Durante un horrible momento, cerré los ojos; y el rostro de Smithby, una pálida máscara de modesta erudición, apareció ante mí. Luego, con dedos temblorosos, abrí el recorte.

¡EL AMOR CONYUGAL IMPULSA EL TRIUNFO DE LA CIENCIA!

¡Un joven profesor de Bogwood gana sus laureles con los primeros estudios sobre el lenguaje de los gatos!

gritaban los titulares, encima de una fotografía de Smithby y de su esposa, cada uno de ellos con un gran felino en brazos. Estupefacto, leí:

New Haven, 5 de agosto: Por primera vez en casi un siglo, la Universidad de Bogwood ha acaparado el interés nacional al hacerse públicos los trabajos de Emerson Smithby, profesor de Literatura Inglesa, sobre algo que los hombres de ciencia consideran como el más importante de los descubrimientos de nuestra época: el idioma hablado por los gatos.

Si hemos de creer a su esposa, la rubia y curvilínea Cynthia Smithby, el joven profesor ha derribado una barrera que hasta ahora parecía insuperable: la barrera existente entre el hombre y los llamados animales inferiores.

El profesor Smithby, por su parte, ha declarado:

«Los gatos no solamente poseen un idioma, sino que su complejo cultural no presenta desemejanzas básicas con el nuestro. Empecé a sospecharlo cuando mistress Smithby y yo realizábamos nuestro viaje de luna de miel; y ella me ha ayudado incansablemente, aportando sus propios gatos a la investigación.

»Cuando logramos convencerles de la importancia del proyecto, progresamos rápidamente. En menos de dos meses, nos pusimos en condiciones de hablar el Gatuno con cierta fluidez».

A continuación, el profesor Smithby reveló que ya ha preparado un texto para principiantes: El Gatuno, Su Gramática Fundamental, Pronunciación y Uso General.

Sin embargo, se ha negado a comentar un rumor según el cual gracias a los esfuerzos de Gregory Morton, conocido gatófilo y miembro del Consejo Directivo de la Universidad de Bogwood, el vocabulario Gatuno no tardará en quedar enriquecido con algunas maldiciones propias de los felinos. Debido a la ausencia del profesor Cristopher Flewkes, jefe del departamento del doctor Smithby, nos ha sido imposible recabar su opinión.

Me quedé de piedra. Imposible pensar de un modo coherente. El ciego instinto me dijo que Bogwood estaba en peligro…, que Bogwood me necesitaba…, que debía tomar el primer barco de regreso.

Nada podía haberme preparado la recepción que el Destino había dispuesto en el Club de la Facultad la noche de mi llegada. Quizás la brillante luz que ardía sobre el pupitre del vestíbulo me cegó al entrar; quizás mis propias preocupaciones me distrajeron hasta el punto de impedirme ver el gato. Lo cierto es que no me di cuenta de su presencia hasta que su repentino maullido informó al mundo que yo le había pisado la cola.

Un extraño cuadro. El gato había huido, dejándome de pie al lado de mi maleta, caída en el suelo. Detrás del pupitre, un joven oriental contratado durante mi ausencia, me contempló a través de un par de aquellas curiosas gafas conocidas por el nombre de «arlequines».

-¿Acostumbra usted a pisar descuidadamente a los huéspedes? -me preguntó con plácida insolencia-. Si es así, puede marcharse por donde ha venido.

El corazón me dio un vuelco.

-Oiga -repliqué-, soy el doctor Flewkes… Cristopher Flewkes.

El individuo sonrió.

-En tal caso, el pisotón será un accidente. He oído hablar de usted. Usted es Flewkes, yo soy Usted.

Pensé:

«Este hombre está loco, desde luego».

Y, en voz alta, dije:

-¿De veras? ¿Usted es yo?

Sin dejar de sonreír, el hombre sacudió la cabeza gravemente.

-No es eso. Me llamo Usted… Beowulf Usted. Descubrí el nombre en una novela inglesa.

-De acuerdo -dije-. Usted es Usted. ¿Está preparada mi habitación?

Usted se inclinó cortésmente.

-Estoy aquí para estudiar -me informó-. Por la noche soy un empleado; durante el día estudio Gatuno con cierto aprovechamiento. Es posible que consiga licenciarme en Gatuno…

-¿Está preparada mi habitación? -repetí en tono irritado.

-Casi seguro, señor -dijo Usted-. Dentro de un momento le acompañaré con mi presencia. Ahora, debo, presentarle sus disculpas a nuestro huésped…

Se acercó al gato, el cual estaba en un rincón, lamiéndose el lastimado apéndice.

-Ee-owr-r -dijo Usted, muy cortésmente-. Miau, meu, mr-ou.

El gato no le prestó la menor atención; y Usted, con una expresión preocupada, se apresuró a sacar un pequeño volumen de su bolsillo, lo consultó, y repitió varias veces su comentario original.

Finalmente, el animal levantó la cabeza.

-Miau -dijo, quejumbrosamente.

Usted se inclinó. Luego se volvió hacia mí con aire de contento.

-Está usted perdonado; es un gato muy civilizado. Ahora, subiremos a su habitación.

Asentí débilmente. Mientras subíamos la escalera, vi que el vestíbulo estaba lleno de gatos. Tumbados, en las butacas, sobre la alfombra, delante del fuego… Incluso sobre la repisa de la chimenea, debajo del retrato de Ebenezer Bogwood.

Entré en mi habitación. Usted me dio las buenas noches y se marchó. Fatigado, me senté en la cama… y al hacerlo vi el Programa De Cursillos del semestre sobre la mesilla de noche. Luché contra el deseo de cogerlo… pero perdí la batalla. Lo abrí, volví las páginas. Y vi:

Departamento de Lenguajes Felinos

Emerson Smithby, Ph. D., Director

Seguía una lista de cursillos: Gatuno 100 A (Elemental), Gatuno 212 (Filología), Gatuno 227 (Literatura)… y otros datos pertinentes, incluyendo la información de que toda la enseñanza corría a cargo de míster y mistress Smithby.

Desalentado, sollocé por Bogwood hasta que amaneció.

No me desperté hasta poco antes de la hora del almuerzo, cuando el teléfono sonó por informarme de que Witherspoon estaba esperándome en el vestíbulo; y a pesar de lo triste de mis pensamientos, me obligué a levantarme y a vestirme. La nota de Witherspoon había mencionado su dimisión de la Facultad; y, ahora, se me ocurrió que tal vez debería unirme a él en su trágico apartamiento del mundo académico, que tal vez ambos habíamos sido sobrepasados por la ciencia de una nueva época. Finalmente, con el traje arrugado y la barba sin peinar, bajé al encuentro de mi colega.

Entré en el vestíbulo, y oí aquella voz familiar dándome la bienvenida, y vi aquella larga y desgarbada figura levantándose de una butaca junto al hogar.

-¡Bertrand! -exclamé, y un instante después nos fundíamos en un abrazo.

Le miré con asombro. ¿Era éste el amable y melancólico Witherspoon que yo había conocido? Su aspecto continuaba siendo tan gris como siempre. Pero me di cuenta en seguida de que el antiguo Witherspoon se había desvanecido, dejando paso a un hombre de hierro.

Pareció leer mi pensamiento. Conduciéndome a una butaca, propinó un manotazo a un gato, ahuyentándolo, para que yo pudiera sentarme.

-Cristopher -me dijo, en tono muy firme-, he decidido continuar en mi puesto. Ha llegado el momento de luchar… ¡Y lucharemos!

Al oír aquellas palabras, mi corazón se llenó de negra desesperación por nuestra causa perdida.

-¿Cómo podemos luchar, Bertrand? -exclamé, señalando con un gesto a la felina población de la estancia.

Witherspoon se sentó a mi lado.

-¡Valor, Cristopher! Esos malditos animales -señaló a los gatos- no tienen la culpa. Incluso Morton, a pesar de su traición, no es más que un instrumento. Nuestro enemigo es Smithby. ¡Debemos destruirle por todos los medios, nobles o innobles!

Sus ojos llameaban mientras pronunciaba aquellas palabras. Luego bajó el tono de su voz, hasta convertirlo en un susurro conspirador.

-He planeado la estrategia para nuestra campaña -murmuró-. ¿Quieres que te la revele?

-Desde luego -dije, inclinándome hacia adelante ávidamente.

Pero Witherspoon no tuvo la posibilidad de contestarme. Súbitamente, su mirada se había endurecido. Con los puños apretados y el ceño fruncido, sus ojos estaban clavados en la puerta de entrada al vestíbulo.

Yo no me había fijado en las personas que cruzaban el vestíbulo, camino del comedor, durante nuestra conversación. Pero ahora miré a mi alrededor… y vi avanzar a Smithby y Cynthia Smithby, seguidos de Beowulf Usted. Un enorme gato negro estaba posado sobre los hombros de mistress Smithby, en sorprendente contraste con sus dorados cabellos. Otro gato, un siamés, sostenía un agradable tête-á-tête con Smithby, que lo llevaba en brazos.

Oí que Witherspoon susurraba a mi oído:

-¡Mírala! Parece un cruce entre un bollo de crema y una valquíria.

La descripción, debo confesarlo, me sorprendió. Más tarde me enteré de que Witheread la había oído de labios de un estudiante. Pero, no era del todo inexacta. Cynthia Smithby era muy alta: media docena de pulgadas más alta que su marido; se parecía a la Julie de Herrick: una espléndida figura, demasiado imponente para el gusto moderno, una boquita muy roja, una diminuta y redondeada barbilla, una mirada envolvente…

Ella fue la primera en verme. Inmediatamente, una traviesa sonrisa asomó a sus labios, y cambió de ruta. Con la cabeza muy erguida, avanzó hacia mí.

Me erguí a mi vez, para esperarla con un adusto e intransigente semblante. Sabía que Witherspoon estaba equivocado. ¡Ella era nuestro enemigo! ¡La Lilith que había seducido a un hombre débil, desviándole del camino de la sobria erudición! Y me di cuenta de que no debía andarme con rodeos, definiendo claramente mi actitud desde el primer momento.

Con un delicioso rubor en sus mejillas, Cynthia Smithby se detuvo delante de mí.

-¡Querido míster Flewkes! -exclamó, con su voz musical-. ¡Qué deliciosa sorpresa! Me alegro de verle de nuevo entre nosotros. -Inclinó sus pestañas con burlona modestia-.'Y lo mismo digo de Emerson. ¿No es cierto, Emerson?

Smithby enrojeció, se cambió dos o tres veces de mano un libro que llevaba y asintió con evidente placer.

-Han ocurrido muchas cosas desde que usted se marchó -continuó Cynthia-. Cosas maravillosas. Aunque… será mejor que se entere de ellas asistiendo a los cursillos de Emerson.

Me obligué a mí mismo a mirarla rectamente a los ojos.

-Señora -declaré fríamente-, he dedicado la mitad de mi vida al servicio de esta institución y a la defensa de sus austeros ideales. Me siento avergonzado al comprobar la triste decadencia de lo que fue una noble tradición. ¡Nunca transigiré con esta deslealtad!

Por el rabillo del ojo vi la expresión dolida que asomaba al rostro de Smithby; vi que Beowulf Usted abría la boca estúpidamente. Por un instante, también, Cynthia Smithby frunció los labios como un chiquillo sensible bruscamente reprendido. Luego, se encogió de hombros.

-Míster Flewkes -dijo-, me alegro de veras de que adopte esa actitud. -Se volvió hacia Smithby-. Aquí está el reto que necesitábamos, Emerson. Tu genio superará esta muralla de conservadurismo clásico. Nuestro actual proyecto está destinado al éxito. Cuando tengamos pruebas positivas e irrefutables, míster Flewkes te presentará sus disculpas.

-¡Oh! A mí, no -dijo Smithby, mirando a su esposa con ojos de carnero degollado-. A ti, querida Cynthia. El mérito será tuyo. ¡El mundo sabrá que tú lo has hecho todo!

Beowulf dejó oír una risita.

-Entonces, también Flewkes investigará sobre el Gatuno. -Me miró a través de sus arlequines-. Creo que podré ayudarle. Las palabras del Gatuno son todas monosilábicas, como el cantonés.

Cynthia Smithby sonrió aviesamente.

-Bueno, Beowulf -dijo-, debes dedicar tu tiempo a aprender mejor el Gatuno. Ya sabes que no has aprobado ninguno de los cursos. Vamos, Emerson -añadió, cogiendo el brazo de Smithby-. El almuerzo nos espera. Míster Flewkes, estamos encantados de haberle saludado. ¡Miau!

Mientras la puerta del comedor se cerraba detrás de ellos, me dejé caer pesadamente contra el respaldo de mi butaca.

-¡Dios mío, Bertrand! -murmuré-. Me ha… me ha maullado.

-Creo -dijo Witherspoon- que te ha dicho adiós en Gatuno.

Me pasé la mano por la frente, empapada en un frío sudor.

-El genio del mal no es Smithby… ¡Es ella!

-¡Tonterías! -gruñó Witherspoon-. Lo que pasa es que mistress Smithby es una mujer-pantera… y tú eres demasiado impresionable.

Enrojecí.

-Pero… ¿qué es eso de su nuevo proyecto?

-Alguna estupidez. ¿Qué otra cosa podría ser? Mistress Smithby ni siquiera ha cursado estudios superiores.

El argumento era indiscutible, desde luego. Me tranquilicé un poco.

-Él es el culpable -continuó Witherspoon-. ¿Te has fijado en el libro que llevaba? Es su última obra: Baladas de los Tejados, Traducidas del Gatuno Original. Se las canta a todos sus alumnos, acompañándose a sí mismo con un laúd. Me han dicho que su maulleo es magnífico. Y tenemos el cursillo suplementario para domadores de leones, que tiene lugar por las noches. Ha traído a una gente muy rara a Bogwood, te lo aseguro.

Hizo una breve pausa. Luego apuntó un apocalíptico dedo a los cielos.

-¿Te extraña que haya tomado medidas desesperadas? -inquirió-. ¿Te extraña que haya contratado los servicios de un detective privado?

-¿Un… detective… privado?

-Desde luego -dijo Witherspoon-. Es muy bueno. Lo he traído de Nueva York, donde los delincuentes más empedernidos huyen sólo con oír mencionar su nombre.

Empecé a protestar, pero Witherspoon no permitió que le interrumpiera.

-He arreglado las cosas para que puedas conocerle. Almorzaremos con él. No aquí, sino secretamente… en un establecimiento llamado Jakey’s Java Joint.

-Pero, Bertrand -objeté débilmente-, ¿cómo puede ayudarnos esa persona? ¿Cómo?

Witherspoon prorrumpió en una orgullosa y triunfal carcajada.

-¡Ten un poco de paciencia, Cristopher! ¡No tardarás en saberlo!

Recuerdo muy pocos detalles de aquel primer encuentro. Unos tipos de mala catadura, sin afeitar, devorando unos raros condumios en unos sucios cubículos, un lenguaje soez, una música horrible surgida de un instrumento automático… Es lo único que recuerdo vagamente. En cambio, mi primera y desfavorable impresión de Luigi Hogan permanece muy clara en mi cerebro. Pequeño, rechoncho y sorprendente peludo, no parecía ni se comportaba como un detective.

Witherspoon y yo habíamos subido los cuellos de nuestros abrigos y bajado las alas de nuestros sombreros para evitar el ser reconocidos, pero los astutos ojillos de Hogan nos localizaron en cuanto entramos, y el hombre salió a nuestro encuentro. Witherspoon efectuó las correspondientes presentaciones, e inmediatamente se dedicó a conspirar en voz baja con el detective.

La dicción de Hogan era atroz; su jerga del bajo mundo resultaba casi incomprensible para mí; hablaba y reía con la boca llena de bocadillo de salchicha. Aún en el caso de que nuestro encuentro con Cynthia Smithby me hubiera dejado en plena posesión de mis facultades, dudo de que hubiese sido capaz de captar más que unos ocasionales fragmentos de la conversación. Observé que Hogan se dirigía a Witherspoon llamándole «Jefe». Le oí decir que había estado asistiendo al cursillo suplementario de Smithby para domadores de fieras. Le oí repetir las palabras que Smithby había pronunciado al inaugurar el cursillo en cuestión: Si asimilan mis enseñanzas, podrán meterse tranquilamente en la jaula del más fiero de los leones y hablar con él de tú a tú…

La expresión de Witherspoon se animó al escuchar aquellas palabras.

-Conque, de tú a tú, ¿eh? -susurró-. Hogan, tiene usted que localizar un circo o un parque zoológico donde haya un buen tigre, ¿comprende? ¡Je, je! Retaremos a Smithby para que entre en la jaula y hable con el tigre de tú a tú. No podrá negarse, ¿comprende?

-Comprendo, jefe -asintió Hogan-. Los reporteros van a disfrutar.

-No sólo los reporteros, Hogan -murmuró Witherspoon con una maquiavélica sonrisa-. No sólo los reporteros…

En cuanto al resto de lo que hablaron… bueno, Witherspoon me lo resumió a grandes trazos mientras regresábamos al campus a través de oscuras callejuelas. La idea de un Smithby convertido en entremeses para un tigre no era más que un detalle. Hogan iba a vigilarle continuamente hasta que el profesor cometiera alguna peligrosa indiscreción, con preferencia de naturaleza amorosa. Entonces se procuraría unas fotografías que podríamos utilizar para hundir a Smithby, para obtener su fulminante expulsión de Bogwood. Como último recurso, Hogan proporcionaría un reclamo: la joven Marilynne, especialista en aniquilar inhibiciones masculinas.

Normalmente, lo despiadado de aquellos métodos me hubiera impresionado profundamente. Pero ahora, obsesionado por el peligro que corría Bogwood, compartí la ferocidad de Witherspoon y no sentí ningún escrúpulo. Sólo me preocupaba una cosa: Cynthia Smithby. En realidad, ella no tenía ningún título académico; la posibilidad de que efectuara algún nuevo descubrimiento peligroso para nosotros era muy remota. Sin embargo, ¿no era posible que Smithby, después de todo, no fuera más que una marioneta de cuyos hilos tiraba una mujer astuta y obstinada?

Esperar que los trabajos de Hogan fructificaran no resultó una tarea fácil. Me sentía continuamente atormentado por dudas y temores… en tanto que la situación iba de mal en peor. A pesar de nuestras amargas protestas, la horrible lista se vio enriquecida con un cursillo de Cultura Felina. La Prensa, manteniendo continuamente ante los ojos del público todo lo que se relacionaba con el Gatuno, acogió con entusiasmo la aparición de los manuales de Smithby para el personal de los circos y de los parques zoológicos: Leonés Básico, Leopardés Básico, Pantero Básico, etc. Y los columnistas, entretanto, comentaban los rumoreados progresos del proyecto de Cynthia Smithby, la naturaleza del cual era mantenida en secreto. Al parecer, se trataba de un método para enseñar el Gatuno, tan fácil que cualquier niño podría aprenderlo en un par de horas. Con ello se eliminaría la necesidad de las Babysitters, de los profesores de los jardines de infancia. Y se modificaría la estructura social y económica del mundo.

Tuvimos nuestros momentos de euforia. Por ejemplo, cuando Hogan anunció que había llegado a un acuerdo con el gerente de un circo, en cuya colección de fieras figuraba un tigre de humor sombrío, que acababa de enviar al otro mundo a un domador. El gerente escribió una carta abierta a los periódicos, retándole a penetrar en la jaula de aquel tigre para conversar con él. Witherspoon y yo saltamos de alegría al leer los titulares. EL PROFESOR DE GATUNO, DESAFIADO A DOMESTICAR AL FIERO SEÑOR DE LA SELVA.

Pero Smithby no cayó en la trampa. Conversar con cualquier tigre normal, anunció, sería un placer. Pero aquel tigre era un enfermo mental.

«Necesita un psiquiatra felino -dijo Smithby-. Después de todo, aunque yo hablo inglés, no trataría de razonar con un demente armado hasta los dientes».

¡Y la Prensa servil le elogió por su «sentido común»!

Transcurrieron las semanas, y nuestros furtivos encuentros en el Jakey’s Java Joint aportaban informes cada vez más desalentadores. Todos los pequeños detalles de la vida de Smithby eran conocidos… e irreprochables. Perversamente, insistía en comportarse como un marido modelo. Incluso Marilynne, cuando finalmente la trajimos de Nueva York, desplegó inútilmente todas sus artes: Smithby era inatacable.

Por raro que pueda parecer, el fracaso de los planes cuidadosamente elaborados por Witherspoon no enfrió su entusiasmo; se negó a escuchar mi sugerencia de que debíamos combatir a Smithby en un terreno puramente académico. Insistió en que mantuviéramos a Hogan a nuestro servicio; y, cuando protesté, amenazó con contratar a unos «gorilas» para que «le taparan la boca a Smithby».

Incluso cuando nos enteramos de que Smithby se había quejado de nosotros al Consejo Directivo, incluso cuando fuimos citados para comparecer ante aquel severo tribunal, Witherspoon no compartió mis temores y mi desaliento.

-¡Ah, Cristopher! -gritó, sacudiendo su puño-. El viernes debemos comparecer ante el Consejo. ¡Eso significa que tenemos tres días! Créeme: algo sucederá para que podamos presentarnos ante todos ellos con la cabeza muy alta. ¡Hemos de ver a Smithy revolcándose en el polvo! ¡El Gatuno no habrá sido más que un mal sueño!

¡Cuán amargamente juegan al gato y al ratón con los hombres los traviesos dioses! El viernes por la mañana, hundido en la desesperación, me dirigía hacia el campus cuando, con gran asombro por mi parte, un taxi de color rojo se detuvo a mi lado con un chirriar de frenos, y su portezuela se abrió para dar paso a un exultante Witherspoon, el cual me cogió por el brazo.

-¡La victoria es nuestra! -gritó, empujándome hacia el vehículo-. ¡Hogan me acaba de telefonear! ¡Smithby ha caído en la trampa! -Antes de que pudiera pronunciar una sola palabra, me hizo subir al taxi, a su lado, y golpeó con los nudillos el cristal de separación-. ¡Adelante, Lee! -le gritó al conductor, y el vehículo salió disparado.

Traté de sonsacar a Witherspoon durante nuestra loca carrera, pero se limitó a contestar a todas mis preguntas con un «¡Te lo había dicho! ¡Te lo había dicho!», proferido en una especie de éxtasis. Cuando llegamos a nuestro destino, un restaurante chino situado en el barrio comercial, estaba tan en ayunas como antes.

Nos apeamos del taxi y entramos en el restaurante. Inmediatamente salió a nuestro encuentro un oriental, que saludó a Witherspoon por su nombre y nos condujo a una pequeña habitación que utilizaba como despacho particular. Y allí, desde el mismo umbral, contemplé un cuadro que me cortó el resuello. En el centro de la habitación había una mesa y cinco sillas. Dos de las sillas estaban vacías. Otras dos estaban ocupadas por Luigi Hogan y un chino bien vestido, de mediana edad. En la quinta, cubriéndose el avergonzado rostro con las manos, se sentaba Beowulf Usted.

En cuanto nos vio, Hogan extendió los brazos con gesto melodramático.

-¡Todo arreglado, muchachos! -declaró-. ¡Lo del Gatuno es una impostura! ¡Smithby es un farsante!

Witherspoon profirió una exclamación de asombro; Beowulf Usted dejó escapar un ahogado sollozo.

-¡Eso es increíble! -grité-. He visto con mis propios ojos cómo hablaba con gatos. Y he oído que los gatos le contestaban. Un hecho lamentable, desde luego, pero que no puede atribuirse a un simple fraude. ¡Explíquese, Hogan!

-Es muy sencillo -dijo Hogan-. ¡Gambas!

-¿Gambas? -repetimos Witherspoon y yo al mismo tiempo.

Hogan se encogió de hombros y señaló con el pulgar al caballero chino que estaba sentado a su lado.

El chino sonrió gravemente.

-Es cierto -dijo-. Me llamo Chester Usted y soy tío de Beowulf. También soy el propietario de las Pescaderías «Los Padres Peregrinos»…

Hizo una pausa cortés mientras ocupábamos las sillas vacías.

-Desde hace una temporada -continuó-, he visto al profesor Smithby entrar en mi tienda una vez al día, seguido de cerca por míster Hogan. El profesor Smithby compraba exactamente diez centavos de gambas, no quería que se las envolvieran y se las metía directamente en el bolsillo. El hecho me intrigó… y hace un par de días me tomé la libertad de hablarle del asunto a míster Hogan.

Hogan sonrió afectadamente.

-Comparamos nuestros puntos de vista -continuó Chester Usted-. Cuando me enteré de la personalidad de mi extraño cliente, mi interés aumentó. Los chinos sentimos un gran respeto por la enseñanza, y la afición de mi sobrino al Gatuno me ha producido muchos quebraderos de cabeza. Míster Hogan y yo llegamos a la única conclusión posible. Comprobamos nuestra teoría con Hwang-ho, mi propio gato; y los resultados fueron indiscutibles. Hwang-ho, al olor de las gambas, empezó a maullar. De modo que esta mañana cogimos a Beowulf por nuestra cuenta. Ante lo abrumador de las pruebas, terminó por confesarlo todo.

Beowulf se tapó los oídos con las manos, gimiendo en voz baja.

-Sí -declaró su tío-, mi sobrino admitió que había descubierto el secreto de Smithby, el cual maullaba a los gatos… y los gatos maullaban al olor de las gambas. Esto es todo.

-¿Quiere usted decir que todas aquellas personas fingían entender el Gatuno? -exclamé.

-Convencidos de que el profesor Smithby lo entendía perfectamente, no se atrevían a confesar su ignorancia.

Sacudí la cabeza.

-No creo que ningún grupo de hombres y mujeres inteligentes…

-Vamos, vamos, Cristopher -protestó Witherspoon-. He sido testigo de ese fenómeno una docena de veces en el Departamento de Filosofía.

Me vi obligado a admitir que tenía razón.

Witherspoon se puso en pie.

-Les estamos muy agradecidos, caballeros, por haber contribuido a desenmascarar a ese farsante -declaró-. Ahora podremos librar a Bogwood de su presencia. -Consultó su reloj-. Son las once en punto. Dentro de media hora se reúne el Consejo Directivo… y ustedes se han ganado el derecho a compartir nuestro triunfo, el triunfo de la verdadera erudición. ¡Vamos! ¡Aniquilaremos al nefasto Smithby!

Echó a andar hacia la puerta, y nosotros le seguimos. Mi corazón exultaba cuando salimos del restaurante y subimos al automóvil de Hogan.

El Consejo Directivo estaba reunido en el Cruett Hall, en el salón que Ebenezer Bogwood había destinado a tal fin. Es una amplia estancia, artesonada con madera de roble, llena de tradición. De sus paredes cuelgan los severos retratos de aquellos eruditos que, a través de las generaciones, han ocupado nuestro sillón presidencial. Y, al entrar en el salón, pensé en el placer que experimentarían sus nobles espíritus cuando Witherspoon y yo diéramos al traste con la farsa del Gatuno.

Todas mis dudas se habían disipado. No sentía ningún temor. Entré en el salón como un conquistador.

A la cabecera de la mesa, severo y gris, se sentaba míster Sylvester Furnwillie, presidente del Consejo. A su derecha se encontraba el director de la Universidad; a su izquierda, el detestable Gregory Morton fumaba un apestoso cigarro. Los otros seis directivos ocupaban los asientos laterales, tres a cada lado. Había otras dos sillas, destinadas a Smithby y a su esposa. En aquel momento, Smithby estaba en pie. En el otro extremo de la mesa se sentaba un enorme gato, el cual miraba fijamente a míster Furnwillie con ojos verdes y fríos.

Smithby, que no se había dado cuenta de nuestra presencia, estaba diciendo:

-… en consecuencia, observamos que el hsss-s-s del Gatuno antiguo se transformó paulatinamente en el fsss-tt del Gatuno moderno. Eso demuestra la exactitud de la Ley de Grimalkin…

-¡Ja! -exclamó Witherspoon.

Smithby enmudeció súbitamente. Todos los ojos se volvieron hacia nosotros.

Míster Furnwillie levantó sus gafas con una mano temblorosa.

-¡Mis queridos amigos! -exclamó-. Llegan ustedes un poco tarde, ¿no? No es de buen gusto hacer esperar al Consejo Directivo… El doctor Smithby ha formulado graves acusaciones contra ustedes. Muy graves, en realidad. Afirma que le han hecho seguir a todas partes, y que incluso han contratado a una mujer de mala vida para… ejem… para que le sedujera. ¡Tsk-tsk! En Bogwood no podemos aprobar unos hechos semejantes, caballeros. Después de todo…

Se interrumpió. Acababa de darse cuenta de la presencia de Hogan y de los dos chinos. Frunció el entrecejo con aire de disgusto.

-¿Quiénes son esos individuos, Witherspoon? No pueden ser alumnos… No tienen nada que ver con los asuntos de Bogwood. ¿Son parientes suyos?

Witherspoon cruzó los brazos sobre su pecho y, con voz terrible, respondió:

-¡Son la ruina de Smithby!

Entre los directivos se produjo un excitado murmullo. Gregory Morton profirió una maldición en Gatuno.

Witherspoon les redujo al silencio con una desdeñosa mirada. Luego apuntó a Smithby con su dedo índice.

-Sí, su ruina. Admitimos sus acusaciones, Flewkes y yo. Contratamos a Hogan para que le siguiera los pasos. Contratamos a Marilynne. Y estamos orgullosos de haberlo hecho, ya que nuestros humildes esfuerzos han salvado a Bogwood del desprestigio y de la deshonra.

Respiró a fondo, como un dios de la guerra a punto de lanzar su dardo decisivo.

-¡Smithby! -gritó-. ¡Smithby, ha llegado su hora! Presente la dimisión. Márchese lejos de aquí. No vuelva a respirar este aire sagrado. Beowulf ha confesado su villanía, y lo sabemos todo. ¡Sabemos lo de las gambas, Smithby!

Hizo una pausa, en medio de un impresionante silencio.

-Sí, las gambas -continuó-. Las gambas que Smithby introduce en su bolsillo, caballeros. ¡El Gatuno es una burla y un fraude! ¡Nadie puede hablar una sola palabra de Gatuno! Los animalitos maúllan… al percibir el olor de las gambas.

Hizo otra pausa. Esperábamos que la tierra se abriera bajo los pies de Smithby, que los cielos se desplomaran sobre su cabeza. Y…

Y no ocurrió nada.

Desconcertado, miré a mi alrededor y vi que los directivos hablaban entre ellos en voz baja y nos dirigían unas miradas muy raras. Míster Sylvester Furnwillie conferenciaba con Gregory Morton. Smithby y Cynthia Smithby intercambiaban sonrisas.

El gato, por su parte, fingía mirar despreocupadamente a través de la ventana.

-¿Qué… qué significa esto? -preguntó Witherspoon.

Míster Furnwillie le ignoró. Miró a su alrededor. Su semblante asumió un aire de disgusto. Dirigiéndose a mí, dijo:

-Profesor Flewkes, aunque estoy profundamente impresionado por esa absurda y vengativa denuncia, he de confesar que no me sorprende, procediendo de quien procede. Witherspoon no pertenece a Bogwood. Pero, usted… Tsk-tsk. Estoy sinceramente decepcionado. Y usted…, bueno, usted debería estar avergonzado.

Herido en lo más vivo, empecé a protestar. Pero el presidente me interrumpió.

-Profesor Flewkes, también nosotros sabemos lo de las gambas. El doctor Smithby las lleva en el bolsillo del mismo modo que otros hombres llevan cigarros para obsequiar a sus amigos. ¿Por qué no iba a hacerlo? Yo mismo las llevo. No esperará usted que un gato fume cigarros…

-Pe-pero… Beowulf… -tartamudeé.

Smithby tomó la palabra.

-Creo que puedo explicar eso -dijo, con cierta tristeza-. No hace mucho tiempo, y contra mi voluntad, me vi obligado a decirle al pobre Beowulf que no podía continuar asistiendo a los cursillos. Su incapacidad para asimilar el Gatuno era absoluta. Y temo que haya inventado una historia para justificarse.

Mr. Furnwillie le agradeció la explicación.

-Todo queda aclarado, doctor Smithby. Lo único que siento es que el incidente haya estropeado una mañana tan brillante…

Detrás de mí, oí la voz de Chester Usted gruñendo algo en cantonés. Y oí una exclamación de dolor de Beowulf, seguramente arrancada por algún mojicón de su tío.

Mr. Furnwillie sonrió.

-… cuando acaba usted de añadir una hoja tan gloriosa a los laureles de Bogwood. -Su sonrisa desapareció-. Sí, profesor Flewkes, esta mañana, el doctor y mistress Smithby nos han demostrado de un modo concluyente los méritos del Gatuno. Hemos tenido ocasión de comprobar los magníficos resultados del proyecto de mistress Smithby en el campo de la enseñanza y de la investigación. La prueba que nos han ofrecido es absoluta, indiscutible.

-¡Miente usted! -aulló Witherspoon, lívido de rabia, temblando de pies a cabeza-. ¡No trate de decirme que esa mujer analfabeta les ha enseñado a ustedes a hablar Gatuno! ¡Eso es otro fraude! ¡Y ustedes están participando en él! ¡Informaré a la prensa! ¡Hogan y yo contaremos toda la verdad!

-¡Tsk-tsk! -dijo míster Furnwillie, frunciendo el ceño-. Si se comporta usted de ese modo, tendrá que abandonar el salón. Yo no puedo hablar Gatuno, pero míster Morton puede hacerlo, y…

Witherspoon gritó:

-¡Vamos, Hogan, Flewkes! ¡Busquemos la compañía de unos hombres honrados! -Echó a andar hacia la puerta, pero antes de cruzar el umbral se detuvo y se volvió-. ¡Furnwillie! -rugió, como un león herido-. ¡Furnwillie, presento la dimisión!

Y se marchó. Desde el pasillo, llegó hasta nosotros el eco de la estúpida risita de Hogan.

No tuve fuerzas para seguirles. Permanecí de pie ante el Consejo Directivo, mudo, reducidas a cenizas mis esperanzas de salvar a Bogwood.

Míster Furnwillie se puso las gafas y volvió a quitárselas.

-¡Qué hombre más violento! -dijo-. A pesar de que el doctor y mistress Smithby suplicaron al Consejo que no se tomaran medidas contra él, temo que tendremos que aceptar su dimisión.

-¡Desde luego! -gruñó Gregory Morton; y los otros miembros del Consejo asintieron solemnemente.

Míster Furnwillie suspiró.

-Bueno, esto nos enfrenta con un penoso deber. Supongo que tendremos que hacer algo en lo que respecta al profesor Flewkes…

Me miró, y todos los miembros del Consejo le imitaron. Incluso el gato me contempló fijamente.

Traté de salvar los restos de mi dignidad.

-Caballeros -dije-, voy a ahorrarles la tarea. También yo buscaré una atmósfera más respirable.

Inesperadamente, Cynthia Smithby, profiriendo un pequeño grito, se puso en pie y corrió hacia mí.

-¡Querido doctor Flewkes! -suplicó, cogiéndome del brazo-. ¡No dimita! Emerson y yo le apreciamos mucho y no queremos que se marche. ¡Quédese, por favor!

Insensiblemente, me había arrastrado hacia el extremo de la mesa.

-Permítanos introducirle a un nuevo mundo, donde los gatos ocuparán finalmente el lugar que les corresponde, contribuyendo a la ciencia, a la cultura y a las artes. Créame: llegará día en que los gatos votarán, ejercerán cargos públicos y educarán a nuestros jóvenes. ¡Tal vez habrá más paz sobre la tierra bajo un parlamento de hombres y gatos!

Señaló al gato sentado sobre la mesa.

-¡Mírele! ¡Por favor! ¡Es Rabindranath, la prueba viviente!

Me encaré con ella.

-Señora -exclamé bruscamente-, no soy un imbécil. Puede usted engañar a sus alumnos. Puede usted engañar a míster Furnwillie en su chochez. ¡Pero a mí no va a convencerme de que puede enseñar un idioma que no existe!

-¡Oh, por favor! -imploró-. No comprende usted… Voy a presentarle a Rabindranath. Creo que tienen ustedes intereses comunes. Rabindranath ha empezado a traducir al Gatuno «Los papeles de Aspem». Querido doctor Flewkes, ¿no hablará usted con él, por lo menos?

Dos lágrimas fluyeron de sus ojos como gotas de rocío. No me conmovieron.

-¿Hablar con él? -Desdeñosamente, señalé el gato-. ¡Nunca! Nunca me rebajaré a hacer miau.

Y… ¡ah, dioses crueles!

Fríamente, Rabindranath me miró de arriba a abajo.

-¿Miau? -dijo-. Creo que no será necesario.

 

FIN

 

viernes, 11 de julio de 2025

Raíces Revista Cultural Judia

 

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(2002) ¿Palestina o Palestinistán?

 

(2002) ¿Palestina o Palestinistán?
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Author Photo Isaías Barreñada
2002, Papeles de cuestiones internacionales
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